En el Señor está nuestra esperanza. Aleluya
Hech 2, 36-41; Sal 32; Jn 20, 11-18.
Cristo sigue vivo de diversas maneras, está entre nosotros y aún dentro de nosotros. En el Señor está nuestra esperanza. Por eso debemos salir a su encuentro esforzándonos por tener más conciencia de esa presencia inefable, para que la podamos percibir en nuestros hermanos, en la Eucaristía, en su Palabra, en la oración, y tratarlo como se trata a un amigo, a un ser real y vivo. Cristo lo es, porque ha resucitado.
Con el tiempo, entre Jesús y nosotros se irá estableciendo una relación personal –una fe amorosa– que puede ser hoy, al cabo de veinte siglos, tan auténtica y cierta como la de aquellos que le contemplaron resucitado y glorioso con las señales de la Pasión en su cuerpo. Notaremos que, cada vez con más naturalidad, iremos platicando con el Señor todas las cosas de nuestra vida y que no podríamos vivir sin Él.
Encontrar al Señor supondrá en ocasiones una paciente y laboriosa búsqueda, comenzando y recomenzando cada día, quizá con la impresión de que no avanzamos en la vida interior. Sin embargo, si luchamos, siempre estaremos más cerca de Jesús. Pero es preciso no dejar jamás que entre el desaliento en nuestra alma por posibles retrocesos, muchas veces aparentes.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Alicia Duhne
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