“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?“
Is 50, 4-7; Sal 21; Flp 2, 6-11; Mc 14, 1-15. 47.
“Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo. Sabía a qué se exponía si seguía insistiendo en el proyecto del Reino de Dios. Era imposible buscar con tanta radicalidad una vida digna para los “pobres” y los “pecadores”, sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesaba cambio alguno. Ciertamente, Jesús no es un suicida. No busca la crucifixión. Nunca quiso el sufrimiento ni para los demás ni para él. Toda su vida se había dedicado a combatirlo allí donde lo encontraba: en la enfermedad, en las injusticias, en el pecado o en la desesperanza. […]
Es indigno convertir la Semana Santa en folclore o reclamo turístico. Para los seguidores de Jesús celebrar la pasión y muerte del Señor es agradecimiento emocionado, adoración gozosa al amor “increíble” de Dios y llamada a vivir como Jesús, solidarizándonos con los crucificados” (José Antonio Pagola).
Señor, que veamos en tu crucifixión tu servicio último al proyecto del Padre y el gesto supremo de Dios entregando a su Hijo por amor a la humanidad.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Adrián Acosta López C.M.
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