“Tanto amó Dios al mundo, que le envió a su único Hijo“
2 Crón 36, 14-16. 19-23; Sal 136; Ef 2, 4-10; Jn 3, 14-21.
Cuando se enciende a distancia una luz sobre una pared, se puede decir que esa pared es blanca y está limpia. Pero si se va acercando cada vez más esa luz, se puede descubrir que en realidad la pared, aunque es blanca, no está completamente limpia. ¡Entre más cercana la Luz, existe la posibilidad de poder descubrir y, por tanto, el deseo de limpiar aquellas manchas que saltan a la vista! ¡Jesús es la Luz! Manchan nuestra vida las suposiciones, los juicios, las críticas, las ambiciones, las comparaciones, las justificaciones, las acusaciones, las victimizaciones, en fin, todo eso que se da en la oscuridad de nuestra mente; luego manchan a otros cuando lo expresamos y sobre todo cuando lo actuamos en contra de ellos, cuando se convierte en estilo de vida.
El evangelio nos hace reconocer la importancia de la fe en Aquel que vino al mundo para padecer, morir y resucitar, e iluminar nuestras vidas como camino a la salvación. En el uso de nuestra libertad y buena voluntad, accedemos a Jesús/Luz cuando hacemos una buena confesión, y nos alimentamos de su Cuerpo y Sangre con mucha Fe.
Señor, que nos dejemos iluminar por Ti.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Adrián Acosta López C.M.
0 comentarios