“El que se humilla será engrandecido”
Os 6, 1-6; Sal 50; Lc 18, 9-14.
Dos hombres en el mismo lugar; los dos orando en el Templo. Uno ubicado adelante y el otro atrás; uno de pie, el otro inclinado mirando al suelo; uno, un hombre “bueno”, el otro no; uno agradeciendo a Dios por su ejemplar vida y el otro pidiendo a Dios misericordia por su mala vida.
¿A quién de los dos, ama más Dios? Él ama igual a los dos, solo que el primero se fue tal como llegó, encerrado en sí mismo, a seguir cuidando muy bien de las apariencias y, por lo tanto, a ocuparse poco o nada del bien de los demás. El segundo se hizo receptor de la misericordia de Dios, se fue diferente a como llegó. Como se fue en gracia, con la experiencia de sentirse amado por Dios, seguramente se fue siendo capaz de amar a otros, de perdonar a otros, porque nadie da lo que no tiene.
Entonces ya nos puede quedar claro que somos amados no porque seamos buenos, sino porque Dios es bueno.
Nos dice el Papa Francisco: “Dios nunca se cansa de perdonar, que tampoco nos cansemos nunca de pedirle perdón”.
Señor, ten misericordia de mí, que soy un pecador.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Adrián Acosta López C.M.
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