Mujeres y Sanación, en la Iglesia y en el mundo

por | Mar 11, 2021 | Formación, Reflexiones | 0 comentarios

El sexismo, la noción de que unas personas son superiores a otras en función de su sexo, sigue manifestándose en las creencias, actitudes y prácticas de la Iglesia hacia las mujeres.

El Día Internacional de la Mujer 2021 se ha celebrado en medio de una pandemia que ha tenido consecuencias especialmente devastadoras para las mujeres.

La cuarentena y el aislamiento han derivado en un mayor riesgo de infección. También han contribuido al abuso físico, emocional y sexual de las mujeres y sus hijos, especialmente de las mujeres de color y las que viven en la pobreza, en condiciones de hacinamiento y sin hogar.

Las mujeres se han convertido en las heroínas ocultas y mal pagadas de la pandemia, ya que proporcionan la mayor parte de los cuidados a los más enfermos y vulnerables en hospitales, hospicios, centros de jubilación y de cuidados a largo plazo con gran riesgo. Muchas de ellas han perdido su trabajo por las responsabilidades de los cuidados familiares.

La COVID-19 ha desenmascarado un prolongado perjuicio hacia a las mujeres.

En su exhortación apostólica de 2016, Amoris laetitia, el papa Francisco identificó males como la violencia doméstica y diversas formas de esclavitud, la mutilación genital de las mujeres practicada en algunas culturas, y la falta de acceso igualitario a un trabajo digno y justamente remunerado y a funciones de toma de decisiones.

La Iglesia no puede condenar de forma creíble la violencia y la opresión contra las mujeres mientras no refleje las relaciones de Jesús y aborde la misoginia institucionalizada y el sexismo presente en sus propias estructuras y sistemas de creencias.

La experiencia pandémica exige una conversión y una reforma a la que se han resistido muchos en la Iglesia de marcha tan pausada.

Jesús y las mujeres

El retrato de Jesús que hace el Evangelio y sus interacciones contraculturales con las mujeres como amigas y discípulas son remarcables, porque el judaísmo era una cultura patriarcal.

Las mujeres no eran vistas ni escuchadas fuera del hogar y no podían entrar en el Patio Interior del Templo. Jesús aprendió mucho de su madre María, valiente y llena de fe.

Jesús escandaliza a los apóstoles al mantener una conversación espiritual con la samaritana, que acepta que él es el Cristo e inmediatamente lo proclama a los demás.

Se acerca a las mujeres de la periferia, por ejemplo a la mujer intocable de la hemorragia. Jesús aprende de la perturbadora madre sirofenicia —cuya hija estaba poseída por un espíritu maligno— que su ministerio no es sólo para los hijos de Israel.

En una sociedad en la que los dirigentes «atan cargas pesadas, difíciles de llevar» (Mt 23,4) especialmente a las mujeres, Jesús muestra su misericordia con la mujer sorprendida en adulterio mientras la llama al arrepentimiento.

La Madre María y las mujeres que le apoyaron a lo largo de su ministerio están al pie de la Cruz.

Las mujeres son los primeros testigos de la Resurrección, pero los apóstoles no les creen.

Las mujeres y la Iglesia

La relación de Jesús para con las mujeres, y el papel de éstas en la Iglesia primitiva, contrastan con la Iglesia patriarcal, jerárquica e imperial que conocemos desde el siglo IV.

Una antropología basada en los filósofos paganos precristianos, especialmente Platón y Aristóteles, consideraba a las mujeres inferiores y subordinadas a los hombres. Ha dominado la enseñanza de la Iglesia.

El Papa Juan XXIII, en su encíclica Pacem in terris de 1963, señaló las reivindicaciones de las mujeres en la vida doméstica y pública respecto a los derechos y deberes que benefician a la persona humana.

El Concilio Vaticano II fue aún más lejos y afirmó que «No hay, de consiguiente, en Cristo y en la Iglesia ninguna desigualdad por razón de la raza o de la nacionalidad, de la condición social o del sexo, porque «no hay judío ni griego, no hay siervo o libre, no hay varón ni mujer. Pues todos vosotros sois «uno» en Cristo Jesús»» (Lumen gentium, 32).

El sexismo, la noción de que algunas personas son superiores a otras por su sexo, se manifiesta en las creencias, actitudes y prácticas de la Iglesia hacia las mujeres.

Hay necesidad de expiación. La credibilidad de la Iglesia lo requiere. La reforma y la renovación necesitan la sabiduría y la experiencia de las mujeres.

El Papa Juan Pablo II afirmó en su exhortación apostólica de 1988, Mulieris dignitatem, que «el hombre y de la mujer […] ambos son seres humanos en el mismo grado, tanto el hombre como la mujer; ambos fueron creados a imagen de Dios» (nº 6).

Pero sostuvo que la relación entre la mujer y el hombre es de complementariedad, no de igualdad. En la concepción esponsal de Juan Pablo II, las mujeres son receptivas y están predestinadas a las funciones de crianza y cuidado en el hogar.

Esta creencia ha marginado y silenciado sus voces en la Iglesia, especialmente en el cuidado y la protección de los oprimidos y vulnerables.

Los clérigos, integrados en la poderosa cultura de la jerarquía, el clericalismo y los privilegios, tienen dificultades para reconocer la contradicción.

No se trata de mujeres blancas privilegiadas «altaneras» que exijan poder. A las mujeres americanas y europeas se unen ahora otras, como las afroamericanas «mujeristas« y las hispanas y asiáticas «mujeristas», que reclaman la igualdad y la inclusión por su bautismo.

Lamentablemente, muchas mujeres han perdido la esperanza de que la Iglesia pueda abordar estas cuestiones.

La contribución de las mujeres a la sanación y la conversión

Las mujeres sabemos que necesitamos hablar de nuestro dolor, sufrimiento y desacuerdos. Romper el silencio y la negación es esencial para la sanación.

La doctrina social católica apoya la necesidad de que las mujeres presten atención a las políticas socioeconómicas que abordan la pobreza, la vivienda segura y el cuidado de los niños.

La teología feminista católica, enraizada en la experiencia de marginación de las mujeres, aboga por todos los vulnerables. Los estudiosos exploran formas de contrarrestar las fuerzas sistémicas y culturales que crean vulnerabilidad y niegan la exclusión, la explotación y el abuso.

Necesitamos reflexionar en la oración sobre nuestras teologías de Dios y el lenguaje y las imágenes de Dios como exclusivamente masculinas. Y necesitamos explorar el maravilloso misterio del amor mutuo e igualitario en la Trinidad.

El papa Francisco ha revisado el derecho canónico para permitir que los laicos, hombres y mujeres, sean instituidos permanentemente en los ministerios de lector y acólito.

Se trata de una aprobación formal de lo que ya se practicaba ampliamente. Pero es un paso crucial para permitir la participación plena y activa de todo el pueblo de Dios, iniciada en el Vaticano II. Es un paso importante en el proceso de desmantelar el clericalismo.

Las mujeres, que lavan los pies de jóvenes y mayores, deben ayudar a restaurar el liderazgo de servicio de Jesús y el uso del poder para los demás, nunca sobre ellos.

La ética feminista católica reconoce que la sabiduría relacional de las mujeres, y su atención al daño causado por el abuso, se pierde en una moral focalizada en la confesión, centrada en el pecado y orientada al acto.

Tanto las mujeres como los hombres reclaman una teología renovada de la sexualidad que vaya más allá del aborto y del control de la natalidad. Debe basarse en el amor, la reciprocidad y la justicia e incorporar nuevas ideas sobre la sexualidad y el género.

Esto es esencial para la catequesis de las mujeres y los hombres jóvenes, que necesitan rechazar la trivialización de la sexualidad y las nociones tóxicas de la masculinidad que disponen a la violencia y el abuso.

El papa Francisco ha nombrado a varias mujeres para ocupar altos cargos en el Vaticano. El más notable es su reciente nombramiento de la hermana Xaviere Nathalie Becquart como subsecretaria de la secretaría general del Sínodo de los Obispos, con derecho a voto.

La asamblea de 2022 del Sínodo de los Obispos en Roma se titula «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». La credibilidad de esta asamblea requiere que las mujeres y los hombres laicos contribuyan a los lineamenta (documento de trabajo) y sean invitados a unirse a los obispos como miembros con derecho a voto.

Las mujeres saben que los dolores del parto producen el milagro de la nueva vida.

La curación y el renacimiento de la Iglesia necesitan más que nunca la experiencia y el testimonio de las mujeres creyentes.

Nuala Kenny es una Hermana de la Caridad en Halifax, Nueva Escocia, y pediatra. Oficial de la Orden de Canadá desde 1999, ha publicado varios libros, entre ellos «Healing the Church» (Novalis, 2012) y «Rediscovering the Art of Dying» (2017). Es coautora de «Still Unhealed: Treating the Pathology in the Clergy Sexual Abuse Crisis» (Novalis y Twenty- Third Publications, 2019).
Publicado originalmente e
n laCroix International.

Etiquetas: coronavirus

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