“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”
Miq 7, 14-15. 18-20; Sal 102; Lc 15, 1-3. 11-32.
Esta parábola, conocida como “El Hijo Pródigo”, la conocemos también como la del “Padre Misericordioso” porque resalta en todo momento el amor incondicional del padre, es su característica: acepta bondadosamente la actitud egoísta del hijo, le entrega la herencia solicitada, no lo retiene, permitiéndole así vivir la aventura de la libertad. Luego lo espera pacientemente y, cuando regresa, lo recibe con el mismo amor con que lo dejó partir.
Ese es el mismísimo Dios que nos ama y que nos acepta como somos, con todos nuestros arrebatos y malas decisiones. El Padre que espera pacientemente que nos demos cuenta hacia dónde vamos llevando este mundo maravilloso que nos entregó perfecto.
¿Será que nos parecemos al hijo mayor que se cree muy cumplidor y que se lo merece todo, pero que no es capaz de decir “mi hermano se equivocó y se arrepintió”? Este momento crucial para la humanidad nos pide parecernos a nuestro Padre, que nos une siempre en el amor.
Señor, que no seamos sordos a tu voz, que seamos misericordiosos como Tú.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Adrián Acosta López C.M.
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