“Para que así sean hijos de su Padre”
Deut 26, 16-19; Sal 118; Mt 5, 43-48.
La invitación del evangelio es a “ser buenos”, ya que somos hijos de un “padre bueno”, de un padre que nos da cuantas oportunidades necesitamos. Un padre que sabe esperar a ser correspondido en el amor, porque no hace otra cosa sino amar, sin distinción alguna, aun sabiendo que somos injustos y pecadores. Él es el ejemplo para que aspiremos a la perfección.
¡Qué alta nos pones la cuerda, Jesús! ¡Ser perfectos como el Padre! ¿Realmente crees que podremos?
¡Pareciera que no te das cuentas cuán miserables somos! Ciertamente pareciera que te haces ciego y esperas en nosotros, a quienes amas “ciegamente”, no miras nuestra pequeñez sino la grandeza con la que fuimos creados y pacientemente esperas lo que podemos llegar a ser.
Me recuerdas al sembrador, que esparce su semilla y espera y confía en que ese granito germinará, crecerá, dará fruto y al fin se cosechará lo mejor de él. ¡Cuánta paciencia!, ¡cuánto amor!, ¡cuánta dedicación! Y cuánta fe en que no se perderá aquello que se sembró. Creo que lo mismo espera hasta el peor de los padres con respecto a sus hijos, desearía que sus hijos fueran “lo máximo”, que triunfaran, que fueran felices. ¡Cuánto más nuestro Padre del cielo esperará de nosotros!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Gilberto Velarde Osuna
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