“El Espíritu lo empujó al desierto”
Gén 9, 8-15; Sal 24; 1 Pe 3, 18-22; Mc 1, 12-15.
El Espíritu empuja y empuja fuerte, él nos lleva por caminos desconocidos y desérticos, pero todo es para bien, porque Dios nunca va a querer o desear algo malo para sus hijos. Ciertamente que en ocasiones no es nada agradable la soledad, el silencio, la incertidumbre, pero si viene del Espíritu es para nuestro bien. Pero, cuidado si viene del mal espíritu, ése nos pierde. Dejarnos guiar por el Santo Espíritu siempre lleva a un bien mayor. A Jesús lo preparó y robusteció para su misión de Salvador y Redentor. Dejémonos guiar también nosotros, nos jugamos la vida eterna en ello.
El Espíritu Santo es como el mejor jugador del partido entre los malos y los buenos, entre las virtudes contra el egoísmo; como capitán nos dice las mejores jugadas, nos indica qué áreas de la vida hemos de vigilar permanentemente, nos señala las trampas de los contrarios y nos alerta ante los peligros; nos mantiene atentos para no dejarnos vencer y nos anima cuando logramos grandes o pequeñas victorias. El Espíritu Santo es el gran inspirador, el que siempre está con nosotros, si nosotros le permitimos. Que nos oriente y disponga a ganar la partida.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Gilberto Velarde Osuna
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