«¿Por qué tus discípulos no ayunan?”
Is 58, 1-9; Sal 50; Mt 9, 14-15.
El ayuno es propio del cristiano, porque no siempre se está de fiesta; en ocasiones se celebra la resurrección, el encuentro con el Dios vivo y verdadero y en otras se experimenta la cruz, algunas veces pesada y otras ligera, pero sin dejar de ser cruz.
El ayuno nos fortalece el espíritu, también nos da la oportunidad de ofrecer algo o compartir la necesidad cotidiana de mucha gente y nos puede hacer más comprensivos y solidarios. ¿Y tú, que piensas del ayuno?
Hay varias formas de ayunar, te propongo una: estar disponible para darte como alimento y a la vez, dejarte alimentar por lo que el otro te ofrece o te brinda. Es sencillo, consiste en salir de ti y estar disponible para atender lo que el otro necesita. En un mundo egoísta, todos estamos muriendo solos, no estamos dispuestos a alimentarnos unos a otros y solo pensamos en satisfacernos a nosotros mismos. Alguien me representaba el cielo como una mesa grande de chinitos intentando comer arroz con unos palillos tan grandes que era imposible acercarlos a la boca, pero a alguien se le ocurrió la gran idea de darle de comer al que tenía enfrente, ya que los palillos así de largos eran. Unos a otros se dieron de comer, entonces experimentaron estar en el cielo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Gilberto Velarde Osuna
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