“Le pidieron que le impusiera las manos… suspiró y dijo: ‘Efetá’”
Gén 3, 1-8; Sal 3; Mc 7, 31-37.
Pedían la bendición para ese hombre sordo y con dificultad en el habla.
¡Cuántos de nosotros somos sordos… y con dificultad para hablar de las cosas del Señor, de las maravillas que ha hecho y está haciendo en nosotros! Me gustaría que esa palabra que Jesús pronunció “Efetá” y que significa “ábrete” me la dijera a mí, a mi interior, a mi corazón, para tener una mente y un corazón receptivos, abiertos a su palabra y después, poder proclamar y gritar lo mucho que Dios nos ama.
¿Cuántas veces suspirará Jesús por nosotros deseando que nos abramos a su presencia, a su luz, a la nueva vida que nos ofrece? Ese suspiro de Jesús, me recuerda a los enamorados, suspirando continuamente por la persona amada.
¿Cuánto nos amará Dios? ¿Lo podremos calcular? Creo que no, pero lo que sí podemos asegurar es que nos ama, nos ama inmensamente, a la medida de su ser eterno e infinito.
“Tan pronto como llamo al Señor, Él me responde desde su monte santo.” (Sal 3).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Gilberto Velarde Osuna
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