“Apenas se bajaron, la gente los reconoció”
Gén 1, 1-19; Sal. 103; Mc 6, 53-56.
Jesús está en el culmen de la fama, todos lo reconocen, todos lo siguen; se podría comparar con la gente famosa de ahora, sin embargo, es muy diferente. De él seguramente salía una fuerza irresistible, una fuerza sanadora. ¡Qué atracción, que imán ejercía Jesús! ¡No se podía escapar! Había llegado a Genesaret, visitando distintos pueblos y lugares, anunciando la buena noticia del Reino, atendiendo a la gente con un amor de predilección, y su presencia causó verdadera conmoción. Una multitud está ansiosa por verlo, por tocarlo, por escucharlo. Deseosos de sanación.
¿Tengo yo algo de lo que necesite sanar?
¿Jesús será un buen médico para mí? ¿Será que Jesús, el Mesías y el Ungido, tendrá la medicina adecuada para mí?
Te reto a que te pongas delante del Señor y, con gran humildad y necesidad, le hagas saber de tu enfermedad (aunque él la conoce muy bien) y a que, como la gente de su tiempo, te dejes tocar por él. Quedarás sanado.
“El Señor es tierno y compasivo, lento a la cólera y lleno de amor” (Sal 103, 8).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Gilberto Velarde Osuna
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