Amar a otra persona es ver el rostro de Dios (tercera parte)

por | Ene 18, 2021 | Formación, Reflexiones | 0 Comentarios

Vaya… no he escrito ni enviado ningún mensaje para su publicación desde el 12 de octubre del año pasado. Prometo que lo haré mejor este nuevo año 2021. En mis dos entradas anteriores había usado las palabras para la producción musical de Los Miserables para mostrar cómo Vicente de Paúl, Luisa de Marillac, Federico Ozanam y el papa Francisco estaban convencidos de la realidad de que, al amar a nuestro prójimo, llegamos a encontrar el rostro de Dios.

Vicente y Luisa se refirieron a ese amor como amor afectivo y efectivo. Federico desafió a sus seguidores con las siguientes palabras: «La tierra se ha enfriado. A nosotros los católicos nos corresponde reavivar el latido vital para restaurarla, nos corresponde comenzar de nuevo la gran obra de regeneración… Intentemos sondear las heridas de los hombres y mujeres que sufren y verter aceite, calmando sus oídos con palabras de consuelo y paz»[1]. En nuestro tiempo, el papa Francisco nos ha dicho que si queremos ser verdaderos evangelizadores, debemos tener olor a oveja (Evangelii Gaudium, nº 24). Me gustaría presentar aquí un ejemplo de lo difícil que puede llegar a ser esto en tiempo real.

Era un viernes por la noche, y planeaba reunirme con algunos amigos para una noche de esparcimiento. El centro parroquial cerraba a las 8:00pm y decidí marcharme a las 7:45 y prepararme para mi viaje al centro de Brooklyn. Apenas había subido las escaleras cuando escuché por el intercomunicador el siguiente mensaje: cualquier sacerdote, por favor comuníquese con la operadora. Sabía que no había ningún otro sacerdote en casa, así que esa noche me convertí en «cualquier» sacerdote. Por decir lo menos, no estaba contento con esta situación. Sabía que cuando se llamaba a «cualquier sacerdote», eso normalmente significaba que la persona no era un feligrés y por lo tanto quería algún tipo de asistencia social. El viernes por la noche, sin embargo, todos los servicios sociales estaban cerrados. Mucha gente venía al centro el viernes por la noche creyendo que podrían convencer a uno de los sacerdotes o hermanos o hermanas para que les proporcionara asistencia. Eso no iba a suceder esta noche.

Me dije a mí mismo: no importa lo que esta persona quiera, mi respuesta es: «¡no!» Si quiere comida, la respuesta es «no»; si quiere fichas para el autobús o el tren, la respuesta es «no». Como pueden ver, como dije antes, no estaba contento con esta situación que amenazaba con hacerme llegar tarde a mi excursión planeada.

Mientras bajaba las escaleras, me repetía a mí mismo: ¡recuerda que la respuesta es «no»!

Cuando llegué a la entrada de la sala de espera, me encontré con un hombre y una mujer que llevaban un niño pequeño. Pensé para mí: claro, traiga un niño con usted porque tal vez eso toque el corazón del padre y provoque una respuesta afirmativa. Me enfadé aún más con este intento de manipulación y repetí mi mantra: «la respuesta es ‘no'».

Cuando llevé a este hombre y mujer y a su hijo a mi oficina, sonreí educadamente y pregunté: «¿Cómo puedo ayudarles?» (pero en mi mente decía… ¡no importa lo que digas la respuesta es «NO»!).

El hombre entonces tomó la delantera y declaró: Verá, Padre, mi esposa y yo acabamos de llegar del hospital. Estamos llevando a nuestro hijo, nuestro primer hijo, a nuestra casa. Sabemos que una vez que entremos en nuestra casa con nuestro recién nacido, nuestras vidas cambiarán para siempre. Así que, cuando pasamos por la iglesia parroquial, pensamos en entrar y pedirle que nos bendiga para que podamos tener la fuerza de vivir juntos como una buena familia cristiana. 

Me encontré buscando a tientas las palabras. Esto no era lo que esperaba. De hecho, mi primer pensamiento fue: qué manera tan inteligente de pedir dinero; pedir primero una bendición y luego pedir el dinero. Como véis, tenía la situación ya resuelta.

Me puse de pie y bendije a la pareja y a su hijo y ellos comenzaron a llorar mientras pronunciaba la bendición. Me agradecieron profusamente por haberme tomado el tiempo para estar con ellos… por bendecirlos… por cuidarlos… y volvieron a salir a la calle para continuar su camino a casa. No, no querían comida o leche infantil o pañales o fichas o dinero o… simplemente querían una bendición.

Estaba tan agradecido de que esta pareja no pudiera leer mis pensamientos cuando los saludé por primera vez en la sala de espera o cuando los llevé a mi oficina… mis pensamientos se centraron en salir con mis amigos y disfrutar de una noche libre… y esos planes estaban siendo alterados por gente que quería algún tipo de limosna y por lo tanto estaba decidido a decir «no» a su petición. Sin embargo, lo único que esta pareja quería era una bendición.

¡Dios apareció de una manera extraña e inesperada ese viernes por la noche!

[1] Joseph I. Dirvin (traductor y editor), Frédéric Ozanam: A Life in Letters, Society of St. Vincent de Paul:Council of the United States, 1986, p. 64-65.

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Etiquetas: barquin

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