“Tú eres mi hijo amado, mi predilecto”

Is 55, 1-11; Is 12; 1 Jn 5, 1-9; Mc 1, 7-11.

El Evangelio de hoynos presenta el bautismo de Jesús. Él, que era Dios, que no tenía ningún pecado, acudió a Juan el Bautista para ser bautizado. Jesús nos da ejemplo y lección de humildad.

Por el bautismo tenemos un nuevo nacimiento. Jesús dijo a Nicodemo: “Hay que nacer del agua y del Espíritu”. De nuestros padres nacimos de la carne, en el bautismo nacemos del Espíritu. Al recibirlo somos purificados de todo pecado, nos hacemos miembros de la Iglesia o sea la comunidad de discípulos de Jesús, se nos abren las puertas del cielo, recibimos la gracia de Dios.

Una de las cosas más importantes que nos han sucedido en la vida es que, al nacer espiritualmente del agua y del espíritu, nacemos como hijos de Dios.

Al igual que en el bautismo de Jesús, cuando somos bautizados Dios Padre se complace y dice a nuestro corazón: “También tú eres mi hijo amado”. No escuchamos esa frase, pero sí sentimos su efecto. Y eso lo reconocemos cuando rezamos: “Padre Nuestro…”, y llamamos a Jesús: “hermano nuestro”.

¿Seguimos el ejemplo de Jesús, que es un buen hijo, para que el Padre también se enorgullezca de nosotros?

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Hna. María Gloria Laguna de San José