Nacionalismo, racismo, exclusivismo

por | Ene 8, 2021 | Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Jesús, ungido con el Espíritu, es el Siervo sufriente de Dios.  Trae él el derecho a las naciones, lo que quiere decir que él y el nacionalismo no se pueden mezclar.

Su propia visión y la que le ha contado Cornelio dejan a Pedro cierto de que en Dios no hay acepción de personas.  Es decir, Dios acepta a los que lo temen y hacen lo justo, sean de la nación que sea.  Se nos da a entender, por lo tanto, que hay que vencer todo nacionalismo, racismo, exclusivismo.

Pero el nacionalismo se vuelve a surgir (FT 11), y, sí, entre los bautizados.  No, no faltan cristianos que lo respaldan.  «Parecen sentirse alentados o al menos autorizados por su fe para sostener diversas formas de» nacionalismo (FT 86).  Por lo tanto, es un problema aún.

Es que lleva a «nuevas formas de egoísmo y de pérdida del sentido social» disfrazadas de intereses nacionales (FT 11).  También nos engaña para que creamos que nos crecemos por nuestra cuenta, al margen de la ruina de los demás.  Nos seduce para que nos convenzamos de que para estar seguros hemos de cerrar las puertas a los que no son como nosotros.  Cerrarlas, más que a nadie, a los débiles, a los pobres y a los inmigrantes (FT 141).

No a todo nacionalismo

Pero no así ha de ser.  Pues «solo una cultura social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro».

No, no se nos salva a los hombres aisladamente, sino como un pueblo (LG 9).  Se nos anima (Fil 2, 3-4):  «Considerad siempre superiores a los demás.  No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interesés de los demás».

Y se nos advierte también que nos guardemos de todo nacionalismo.  Se nos prohíbe hablar mal de las otras naciones (RCCM VIII:14).  Se nos sugiere que derribemos el muro que divide las naciones (SV.ES:V:205. 339. 517; (SV.ES VI:278. 317); (SV.ES XI:342-344. 375).  Pues se desea que hablemos la lengua de los países a los que nos toca anunciar la Buena Nueva.

Pero cuenta más que hablemos la lengua de las madres.  Y ésa es la lengua de Jesús, la que calma, guía, avisa y anima.  Dice él, desde luego:  «Esto es mi cuerpo que será entregado.  Éste es el caliz de mi sangre que será derramada».  Pero lo que más cuenta es que hace él lo que dice.  Pues en la cruz da él la vida por nosotros.  No es vacía de sentido su acción de lavar los pies a sus discípulos.  Es que luego su sangre limpia a ellos y a nosotros de todo pecado (1Jn 1, 7).

Señor Jesús, concédenos vencer de palabra y de obra todo nacionalismo.

10 Enero 2021
Bautismo del Señor (B)
Is 42, 1-4. 6-7; Hch 10, 34-38; Mc 1, 7-11

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