El evangelio de Navidad de San Lucas comienza con un tema de poder, el poder político de un gobernante absoluto, César Augusto. Desde la lejana Roma, emite una orden que obliga a millones de personas de todo el Imperio a ponerse de pie y en movimiento. Quiere hacer un censo, no tanto para obtener un recuento exacto, sino más opresivo para recaudar impuestos más altos. Qué despliegue de poder en bruto… para poder poner en marcha todo un mundo de un plumazo.
Pero, seguido, san Lucas cuenta la historia de otro tipo de poder, no de algún edicto imperial, sino de una variedad que toma la forma de pequeñez, de insignificancia, incluso de debilidad. Este es su relato de esta desconocida pareja en una noche de invierno, teniendo que refugiarse en un establo y allí dar a luz a un niño indefenso. Las únicas personas alrededor son algunos pastores de ovejas errantes y temerosos que viven en los campos.
Sin embargo, esta historia del evangelio resplandece, tal y como la cuenta su escritor: el bebé envuelto en esos pañales, los padres a su alrededor, en el aire una cercanía celestial, un resplandor que brilla sobre esos campos y casas, que Lucas atribuye a la gloria (la presencia fundamental) de Dios. La luz que estaba allí desde el principio de los tiempos está una vez más haciendo retroceder las tinieblas, llenando las sombras e impregnando todo de un lustre divino.
La intención de Lucas es contrastar los tipos de poder. Está el tipo externo, que gobierna por la fuerza bruta, y el tipo interno, cuya efectividad viene por medio de la invitación y la atracción de persona a persona. El que se muestra en la pompa y circunstancia y el poderío militar. El otro aparece como persuasión, apelación a instintos generosos, servicio desinteresado. El primero opera a través de la intimidación, el segundo a través del amor acogedor e inclusivo.
Aquí Luke está colocando la primera piedra en el escenario de este drama que se desarrollará en la vida de este niño, usando los colores y formas de la integridad, la paz y la compasión por los pobres. Continúa jugando con este contraste entre el poder que es dominante y coercitivo y un poder que usa su energía para reconciliar, para perdonar, para invitar a los marginados, para valorar a los niños pequeños. Él está exponiendo una visión de cómo podría ser el mundo si siguiera de esta manera, en los pasos de este niño empobrecido.
A la pregunta de dónde está Dios en la vida, este Evangelio responde: Dios está justo aquí entre nosotros, compartiendo nuestra condición humana, ejerciendo una especie de poder que invierte el sentido habitual de la palabra.
- Es una fuerza de sacrificio personal que cura, y saca la vida de las sombras.
- Es una especie de fuerza que nos sostiene y nos anima a seguir adelante con confianza, tratando de construir el Reino pacífico, el Reino justo, del querido Padre de Jesús.
- Es una energía que la Familia Vicenciana mundial reconoce como especialmente presente en las personas que son pobres y en aquellos que les sirven.
Esta escena de la noche de Navidad nos inspira a ver una vez más las formas en que Jesús pone el mundo al revés, aquí con los símbolos habituales de éxito y logro de la sociedad y sus estándares de poder y fuerza. Y como sabemos por el «resto de la historia», la toma de poder de Jesús no son sólo palabras, una enseñanza abstracta. Es la historia de su vida. No es sólo el guionista, es el actor en todo momento. Es Dios de cerca, Dios con nosotros, Emmanuel.
Un poder que no domina, sino que sirve…
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