“Al desembarcar, Jesús vio un gran gentío y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor” (Mc 6, 34).
No dejo de imaginar a Jesús mirando el mundo en medio de esta emergencia global, lleno de compasión y dolor porque nos ve sufrir desconcertados, temerosos. Y en el pasaje evangélico Jesús no sólo mira a la gente y se conmueve, luego se pone manos a la obra para ofrecerle a la muchedumbre respuestas, apoyo.
¿Te sientes mirado por Jesús de esa manera? Y no sólo eso, ¿qué tanto compartes con Jesús ese sentimiento de compasión por tus hermanos? Sobre todo, sabiendo que en estas emergencias son los más pobres quienes reciben los golpes más duros.
Hemos visto surgir, en medio de estos tiempos desafiantes, muchas iniciativas heroicas para paliar un poco el dolor y la incertidumbre de tantos, pero también cada vez aparecen más datos de los efectos desastrosos en la vida de los más vulnerables. ¿Cómo pueden enfrentar las medidas de higiene y confinamiento aquellos que viven al día, que necesitan salir a trabajar si quieren comer ellos y sus familias? ¿Cómo resistirán la agresividad de este virus aquellos que viven crónicamente con insuficiencia alimentaria, que viven hacinados en pequeños cuartos, que no disponen, a veces, de agua potable o drenaje?
¿Cómo se conducen, en medio del desconcierto, aquellos que nunca han tenido acceso al sistema de salud, aquellos que no saben dónde y cómo informarse respecto a la prevención y cuidados en la pandemia? ¿Cómo se preservan de un contagio aquellos que deben utilizar cotidianamente el sistema público de transporte durante horas? ¿A quién acuden, quién los orienta, quién los cuida? Los análisis muestran que los más pobres son los que más están padeciendo las consecuencias de la pandemia. Por ejemplo, hay una relación entre las víctimas fatales del Covid-19 y la escolaridad. Siete de cada 10 personas que han muerto en México por COVID no tenían estudios o habían cursado sólo la primaria o parte de ella. También destaca la gran cantidad de defunciones entre personas con empleos no remunerados y desempleados.
Menos del 3% de las defunciones por COVID han sucedido en algún hospital privado. En contraste, más de la mitad de las defunciones han ocurrido en unidades médicas de la Secretaría de Salud federal o estatales (no IMSS, no ISSSTE), justo a donde acuden quienes no tienen acceso a la seguridad social ni cobertura médica ligada a un empleo formal. Evidentemente, estamos hablando de una población con grandes carencias. Los mayores porcentajes de muertes se han dado entre choferes, ayudantes, peones, vendedoresambulantes, artesanos, trabajadores en fábricas, en reparación y en mantenimiento. Es evidente, en base a las estadísticas de la Secretaría de Salud, que el Coronavirus afecta más a los más pobres. “Así, la pandemia de Covid-19 puso al desnudo (una vez más) las desigualdades sociales y económicas de nuestra sociedad, pues existe una mortalidad diferenciada en la que, si bien el virus no distingue clase social, la mayoría de los decesos ocurren en los sectores más empobrecidos, con menor acceso a servicios de salud, a una buena alimentación y a condiciones de higiene”, (América Molina del Villar, directora general del Ciesas).
Sabina Berman denunció en El Universal el 2 de agosto pasado, el caso de Margara S., cajera en una sucursal del Banco Azteca de Guadalajara. 36 años, madre de dos hijos, pidió a su jefe poder confinarse para no poner en riesgo a sus hijos. “Eres libre –le respondió–, pero si no vienes no habrá sueldo y perderás toda garantía laboral”. Margara no podía permitirse eso, así que, humillada, cedió. A sus hijos los cuidaría su madre (quien vivía con la familia de su hermano) y ella los recogería al salir del trabajo.
Dos meses después, la mamá enfermó de Covid-19. Una semana después, Margara misma enfermó. A las dos semanas la madre murió, Margara se enteró del fallecimiento en su propia cama de hospital. Desesperada por el dolor de haber contagiado a su madre, Margara murió una semana más tarde.
Su hermano y su esposa, con quienes la madre vivía, también se infectaron. Por fortuna, luego de una lucha terrible, sobrevivieron, y ellos y los hijos de Margara ahora están sanos, aunque huérfanos.
Seguramente se podrían contar miles y miles de historias igual de trágicas. Jesús nos mira y se conmueve, y nos ofrece su cercanía, y nos invita a ser su corazón y sus manos que vayan en auxilio de tanta desolación. San Vicente de Paúl, tan sensible al dolor de los pobres dijo, en medio de situaciones semejantes: “Los pobres, que se multiplican todos los días, que no saben a dónde ir ni qué hacer, constituyen mi peso y mi dolor”.
Que nos pese el sufrimiento de los pobres, que nos duela su indigencia. Que se nos muevan las entrañas de compasión. Que vayamos a aliviar, en la medida de nuestras fuerzas, un poco del inmenso dolor de nuestros hermanos.
P. Silviano C. c.m.
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