“Ven, Señor, rey de justicia y de paz”
Gen 3, 9-15. 20; Sal 97; Ef 1,3-6; Lc 1, 26-38.
Hoy celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, con la que recordamos que, en el plan original de Dios para la humanidad, unos somos para otros la expresión de su amor, de su misericordia y de su amable compañía. Esto se había perdido como consecuencia de aquel mal discernimiento al que la desconfianza llevó a Adán y a Eva.
Sin embargo, el misterio que preparaba la Encarnación de la Palabra de Dios en la persona de Jesucristo, para que Él nos enseñara a sentirnos y vivirnos amados, perdonados y acompañados por Dios, nos dio el regalo de poder volver a vivir sin pecado, es decir, sin desconfianza y llenos de fe y con fidelidad. Esto es lo que hoy vemos como primicia en la Virgen María, ya que Dios sembró en su corazón y en su persona una confianza radical en Dios y en la Vida. Desde esa confianza recibiría en su vientre al mismísimo Hijo de Dios.
Pidamos, nosotros también, esa confianza radical y profunda que María recibió de Dios y mostró con su propia vida a su hijo: ¡Hágase en mí, según tu Palabra!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Erick Fernando Martínez Benavides C.M.
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