Compartiendo mi experiencia misionera, como miembro de la Confraternidad de Vicentinos en la Frontera/Diáspora

por | Nov 14, 2020 | Confraternidades, Formación, Reflexiones | 2 comentarios

Mi nombre es: Sor Judith Rojas G., Hija de la Caridad, originaria de Colombia, viviendo en Estados Unidos desde hace 22 años, donde llegué como refugiada, después de ser amenazada de muerte. Crecí en una familia donde compartíamos lo que teníamos con los más pobres, de una manera natural. Viendo a mis padres, aprendí a amar a Dios y a los pobres.

En está oportunidad, quiero compartir con ustedes algunas de mis experiencias misioneras, las cuales han sido un reflejo concreto de mi propia vocación y relación con mis hermanas vicentinas.

Debo expresarles que he tenido la dicha de vivir en carne propia la experiencia misionera en la periferia y en medio del conflicto armado Interno colombiano.

Inicialmente, sentí la llamada a la vocación vicentina cuando tenía 9 años, pero unos años más tarde, cuando estaba en la escuela secundaria, mi mente había cambiado. Trataba de convencer a Dios de que yo realmente no tenía vocación, pero Él sabía que sí.

Le encontré de nuevo, en los más pobres, mientras ayudaba como voluntaria a pacientes con tuberculosis.

Mis encuentros con ellos me hacían sentir feliz ¡Como nunca! y comprendí que la llamada inicial era ahora mucho más fuerte, irresistible. En ese momento le dije con toda mi alma a Dios que estaba dispuesta a dar mi vida por Él, si fuera necesario.

Cuendo pensaba ir a África a servir a los más pobres, fui enviada por mi Visitadora Provincial al Suroeste del país, en la Amazonía colombiana, para trabajar en la formación de líderes campesinos (colonos, nativos e indígenas) y la formación de Comunidades Eclesiales de Base.

Después de tres años las comunidades estudiaban ya el Evangelio y los documentos de la Iglesia, Documento de Medellín, Puebla y Evangeli Nuncianti, estudiaban la realidad a la luz del Evangelio, todos sentíamos la presencia viva del Señor Resucitado en medio de nosotros. Los catequistas preparaban a las comunidades, para recibir los Sacramentos, celebraban la Palabra de Dios los domingos; las viudas y los enfermos eran ayudados por su comunidad, no había necesitados, todos se ayudaban entre sí.

La Iglesia sin campanario defendía la vida en todas sus formas y parecía que una nueva vida vibraba en la selva. El obispo, el padre Alcides Jiménez y yo trabajábamos, además, en la formación de profesores de Educación Religiosa. Sin saberlo, éramos seguidos y filmadas nuestras clases y fuimos llamados guerrilleros, pero siempre contamos con el apoyo del obispo que nos conocía muy bien.

Por razones de salud, salí de esa Misión y al poco tiempo, el padre Alcides Jiménez fue asesinado, mientras celebraba la Santa Misa. Como él, muchos catequistas, líderes comunitarios, han regado el suelo con su sangre por defender la vida de sus hermanos/as y la del planeta, nuestra casa común.

No sabía que más tarde viviría la experiencia más difícil, que cambió mi vida y, me obligó a salir de mi país, con ninguna posibilidad de regreso.

Una vez, viviendo en el Oriente Antioqueño, una tierra pujante y con gran riqueza humana, en los años 1995-1998, el conflicto armado entre guerrillas y paramilitares creció de manera alarmante; aparecían en los caminos cadáveres con signos de tortura, el terror crecía y los campesinos empezaban a desplazarse a las grandes ciudades. Los obispos colombianos decidieron organizar un Proyecto de Escuelas Móviles de Derechos Humanos y los obispos de USA apoyaron económicamente a este proyecto. Las escuelas fueron ubicadas en las zonas de conflicto armado. La diócesis me pidió liderar la Escuela Móvil que promovía la formación para la justicia y la paz, con los líderes de varios municipios.

Cuando la policía pidió entrar a la escuela a tomar fotos, no lo permití, sabiendo que ponía en peligro la vida de todos los líderes y el equipo coordinador, entre ellos el obispo.

Como consecuencia, recibí la amenaza de muerte y nosotros sabíamos que, con ella, venía también la tortura. Salí del lugar y fui a la capital del país, donde los miembros de la Congregación de la Misión me ofrecieron protección; pero una semana después tres soldados armados vinieron a buscarme. La Organización de Religiosos de Colombia, las dos Provincias de las Hijas de la Caridad, los Padres de la Congregación de la Misión y los laicos me protegieron hasta que, milagrosamente, pude salir del país con vida. Llegué al Ecuador y allí también fueron a buscarme.

Hoy, considero esta experiencia como una gran bendición, porque me permite comprender el dolor de los migrantes, cuando afrontan tantos desafíos o cuando son deportados. Cuando hablo con ellos, sin muchas palabras, entiendo el dolor tan profundo que viven, al no tener tierra donde reclinar la cabeza («El hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza», Mateo 8,20).

Guardo gratitud profunda al padre Gabriel Naranjo Salazar y al padre Guillermo Campuzano, de la Provincia de la Congregación de la Misión de Colombia, quienes se jugaron la vida por salvar la mía.

Gracias a mis Superiores Generales, sacerdotes de la Congregación de la Misión y hermanas de la Caridad de  las Provincias de Colombia, Ecuador y Estados Unidos, quienes, con sus cuidados y oraciones, me acompañaron en los momentos de inminente riesgo.

Ahora, en mi trabajo actual, lejos de mi patria, agradezco la oportunidad de formar parte de esta Confraternidad de Vicentinos en la Frontera/Diáspora, en donde, al compartir nuestras experiencias, nos sentimos identificados con una misma realidad, realidad que enfrentamos en América del Sur, América Central y gracias a las redes sociales, las podemos compartir y darnos cuenta que no es casualidad, que esto está sucediendo en todas partes y a los más pobres; que, si nos aislamos, nos debilitamos, y, si nos unimos, nos fortalecemos.

Si quieres formar parte de esta maravillosa experiencia vicentina, puedes comunicarte con nuestro coordinador, Víctor López, isvictrop@gmail.com 

Sor Judith Rojas G., HC

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2 Comentarios

  1. yolanda Sett

    que bella historia. Ya tiene las manos llenas para llevarle regalo a Dios nuestro Señor.

    Responder
  2. Juana Leonor López Lara

    Muy valiente, Sor Judith. Así nos quiere el Señor. Él nos fortalece y protege siempre. ¡Ánimo, y siempre adelante!. Un ejemplo para todos los cristianos.

    Sor Juana L. López

    H.C.

    Responder

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