“El Señor es compasivo y misericordioso”
2 Mac 12, 43-46; Sal 121; 1 Cor 15, 20-28; Lc 23, 44-24, 1-6.
Todos hemos tenido un ser querido que ha fallecido: papá o mamá, hermano o hermana, esposo o esposa, hijo o hija, abuelito o abuelita, amigo o amiga, y la pérdida nos ha generado un gran dolor que muchas veces no ha sido fácil superar después de varios años.
Hoy que conmemoramos a todos los fieles difuntos, la Palabra de Dios nos recuerda que la misma tierra manifestó su tristeza en el momento de la muerte de Jesucristo. Ese fue el momento en que Dios nos dio a conocer, a través de la muerte de su Hijo muy amado, el destino de cada uno de nosotros y de nuestros seres queridos ya fallecidos. Nuestro destino no es la muerte, nuestro destino y el de nuestros familiares fallecidos es la vida.
Por eso debemos buscar a nuestros familiares fallecidos no en los panteones sino en Cristo, que es la vida y nos hace nacer a la vida eterna. Todo esto nos ayuda a comprender la misericordia de Dios, que limpia nuestras lágrimas de tristeza y da sentido a toda oración que elevamos por nuestros difuntos y a toda lucha que emprendemos para ser mejores en la vida diaria.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Jesús Arzate Macías C.M.
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