Esa santidad la va labrando el misionero vicentino: “vaciándose” de sí mismo y adquiriendo el espíritu propio, revistiéndose del Espíritu de Jesucristo, a través de la práctica de las cinco virtudes propias del misionero: Humildad, sencillez, mansedumbre, mortificación y celo por las almas. En el cultivo y la práctica de estas virtudes, que son como las potencias del alma, el misionero deja animar todas sus acciones, y se va identificando con Cristo.

Para abordar la vida de los santos, debemos reconocer la llamada que Dios nos ha hecho a la santidad. A partir de ahí, reconoceremos cuánto hay de Dios y qué nos dice Dios en nuestros santos.

Fuente: YouTube de Roberto Adrián

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