“¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!”
Gal 3, 21-29; Sal 104; Lc 11, 27-28.
Es muy simpática esta mujer espontánea y anónima en medio de la multitud. Se siente tan emocionada ante las palabras y gestos de Jesús (acaba de curar a un endemoniado) que se desborda en una alabanza, un elogio a Jesús, aludiendo a su madre, al vientre que lo engendró.
Seguramente Jesús echó a volar por un instante su mente hacia la pequeña casa de Nazaret, hacia María, la “llena de gracia”. Pero inmediatamente regresa para llamar a la mujer y a todos a centrarse en lo primordial: escuchar la Palabra de Dios y llevarla a la práctica.
Yo también me uno al entusiasmo de esa valiente mujer; me declaro emocionado ante lo que veo y escucho y siento cuando contemplo a Jesús. Me uno al piropo que lanzó a María, que supo escuchar y acoger la Palabra de Dios dejando que fuera la Palabra la que actuara en ella y a través de ella en el mundo. Me uno a los que se conmueven ante la hermosura y la profunda verdad que se encierra en la Palabra de Dios; me uno a todos los que acuden a ella cada día para beber una gota de sentido, de esperanza en su camino. Me uno a los hombres y mujeres, siempre frágiles, que se esfuerzan por hacer vida el Evangelio de Jesús.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Silviano Calderón Soltero CM
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