“Señor, enséñanos a orar”
Gal 2, 1-2. 7-14; Sal 116; Lc 11, 1-4.
Jesús aparece muchas veces orando, y los discípulos lo veían y se maravillaban de los efectos de esa oración en la vida del maestro. En ella Jesús encontraba las respuestas, la fuerza, la serenidad, la ternura que luego compartía con todos.
En la oración Jesús se rehacía delante de su Padre. Escrutaba los designios de Dios (a veces incomprensibles y contradictorios) en su vida y se le manifestaba el sentido de todo; el Padre le revelaba los caminos del Reino en su camino cotidiano. Y le revelaba especialmente que, pese a todo, él seguía siendo su Hijo muy Amado, que nunca lo abandonaría.
Uno de los discípulos, entusiasmado, le pide a Jesús que le enseñe los secretos de ese camino maravilloso de la oración. Y Jesús nos regala el Padrenuestro. Y al hacerlo, no pretende darnos una fórmula para aprender y repetir, sino enseñarnos un camino para conocer al Padre, una forma de relacionarnos con él, con los hermanos y con el mundo. Nos enseña a entendernos como hijos de un Padre providente, que perdona y libra del mal; y para entendernos como hermanos de los demás, invitados a perdonar, a ser dignos hijos de tal Padre.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Silviano Calderón Soltero CM
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