“¿Quién es el más grande en el reino de los cielos?”
Job 38, 12-21; 40, 3-5; Sal 138; Mt 18, 1-5. 10.
Por el lugar donde vivo he visto un cartel pegado en las paredes con un anuncio extraño. El cartel invita a un curso sobre los ángeles. Enél se ofrece aprender a“utilizar a los ángeles” para curar enfermedades, encontrar armonía en la vida, equilibrar energías y librarse de peligros. Se aprenden conjuros eficaces para toda necesidad y se revelan “sellos” que protegen de toda maldad. Me resulta incomprensible todo ese lenguaje.
¿Quién inventó todo ello? ¿Qué significan los ángeles para esas personas? Amuletos, escudos mágicos que nacen del miedo terrible de quien no se siente en las manos amorosas y providentes del Padre; o del deseo de controlar a nuestro favor las fuerzas del cosmos con una contraseña secreta que sólo a algunos se les revela, previo pago en efectivo. ¡Qué pueril, qué mentiroso todo esto!
Tan sencillo que es comprender a los ángeles como esos seres hermosos de los que habla la Escritura y que son la extensión del amor tierno y cuidadoso de Dios, que quiere llegar a todos, dar buenas noticias, hacer sentir su presencia y compañía en cualquier circunstancia. Es el “aquí estoy contigo, no temas” que el Señor nos dice, y que tantas veces podemos sentir en el fondo del corazón.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Silviano Calderón Soltero CM
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