No cabe duda de que vivimos momentos de mucha crisis, sufrimiento, pobreza, convulsión. La pandemia del coronavirus ha golpeado a la sociedad entera, nos ha hecho entender lo vulnerable que somos y darnos cuenta de cómo las seguridades, que parecía habíamos construido, no lo son tanto y siempre podemos ser sorprendidos por una nueva amenaza.
Por algún instante, quizá hemos pensado que, al igual que la muerte, esta pandemia nos afectaba a todos por igual; que por fin había algo en que —no obstante, la desgracia que implica— nos hermanaba a todos y, que quizá, todos juntos la podríamos combatir y tener expectativas de un éxito más seguro.
Sin embargo, si bien la amenaza sanitaria nos ha afectado a todos y ha habido gente contagiada en todo el mundo, en cada país, y han sido afectadas personas de todo origen, raza y condición social, las consecuencias colaterales no han afectado en la misma forma a todos.
Las desigualdades, las injusticias, el «desorden institucionalizado» ha quedado al descubierto una vez más. Esto, nos lleva a afirmar que, como suele suceder, los mayores costos de la crisis, no sólo en lo sanitario, sino quizá sobre todo en lo social, lo están pagando los más pobres, los siempre postergados, los siempre amenazados, los que siempre aportan el mayor número de muertos, la mayor cantidad de sufrimiento, la más profunda de las frustraciones.
Las estrategias de los gobiernos han sido diversas: unos privilegian la economía por sobre la salud; otros, quieren proteger la salud y arriesgan la economía. Pero no es la economía de los países, ni de las empresas, ni de los poderosos la más afectada, sino que la economía doméstica, de por sí débil de las familias y de las personas pertenecientes a las capas medias y los sectores más vulnerables de la sociedad. ¡Hay tanta gente que, si no sale cada día a trabajar, no tiene el pan de cada ni para ellos ni para sus hijos!
Los tiempos presentes no son tan distintos, en consecuencia, a los tiempos en que vivió san Vicente de Paúl: eran tiempos de tremendas desigualdades, de poder corrupto y absoluto, de grandes epidemias y pestes, de guerras promovidas por los poderosos, pero sufridas por los más pobres.
San Vicente de Paúl y los que se le unieron, supieron responder a los desafíos de la época, desde dar el pan y el alimento necesario a los que morían de hambre, pasando por el cuidado de los enfermos, que generalmente estaban abandonados a su suerte, llevando auxilio y atención a las víctimas de la peste; asistiendo a las poblaciones devastadas por la guerra… hasta intervenir ante autoridades despóticas y corruptas, exigiendo medidas concretas —aunque implicara incluso la renuncia de algunas de ellas— para terminar con las causas de tanta injusticia, desigualdad, hambre y muerte.
Por eso, podemos decir que el momento actual es un momento especialmente vicentino. Hay miseria, injusticia, hambre, desigualdad, por todas partes. Hay corrupción y una organización inhumana de la sociedad.
¡Cómo enfrentar, en cada uno de nuestros países y todos juntos, las necesidades urgentes, que no admiten dilación, que no pueden esperar ni nuestra reflexión, ni nuestra oración, sino que exigen medidas inmediatas! ¡Cómo calmar el hambre, la enfermedad y el abandono de tantos, ahora ya!
Hay muchas iniciativas y mucha acción, en muchas partes, respondiendo a esa urgencia y eso nos llena de esperanza. Pero ¡hay que hacer más!
Hace falta, además, promover acciones que permitan a estas personas, seguir con su propio esfuerzo, solucionar estas carencias, en forma digna. Hacen faltas muchas obras de promoción, educación, y capacitación. Hace falta enseñar a los pobres a defenderse y a ocupar todas las herramientas, que puedan encontrar, para ser dueños y actores de su vida.
Pero, al igual que san Vicente, es necesario también que nos comprometamos a enfrentar a las autoridades despóticas, corruptas, injustas, para exigirles un cambio real.
En la Familia Vicentina hemos hablado, desde hace años, del Cambio Sistémico. Y el actual momento debería dejarnos claro este concepto. No se trata de cambios cosméticos, de unos parches por aquí y otros por allá. Se trata de buscar y luchar por cambios reales, profundos e integrales.
El momento actual necesita una Familia Vicentina, fuerte, unida, consciente. Una Familia Vicentina que comprenda cómo puede incidir en una situación mundial que tiene problemas nuevos, como el Coronavirus, pero también problemas antiguos, nunca resueltos, tal como el sistema injusto en el que está organizado la sociedad.
P. Carlos de la Riviera cm.,
Chile
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