La noticia relevante de cada día es sobre el coronavirus, y las Hijas de la Caridad se sienten obligadas a ir a esa periferia, como misión propia. Pero en la actualidad las Hijas de la Caridad son pocas, de edad avanzada y con escasez de vocaciones. Hay que descubrirles a las jóvenes la identidad de las Hijas de la Caridad. ¿Quiénes son las Hijas de la Caridad? Unos meses antes de ser fundadas, cayó sobre París la peste, de la que murió Margarita Naseau. San Vicente de Paúl le escribe a santa Luisa de Marillac: “Señorita, acabo de saber ahora mismo, no hace más de una hora, el percance que ha sufrido la muchacha (Margarita Naseau) que recogieron las guardianas de los pobres, la opinión que tiene el médico, y cómo la ha visitado usted. Le confieso, señorita, que esto me ha conmovido tanto el corazón, que, si no hubiese sido de noche, inmediatamente hubiera ido a verla. Pero la bondad de Dios sobre los que se entregan a él en el ejercicio de la cofradía de la Caridad, en la que ninguno de cuantos a ella pertenecen ha sido tocado por la peste, me obliga a tener una perfectísima confianza en que no la alcanzará el mal. Creerá, señorita, que no sólo visité al difunto señor superior de san Lázaro, que murió de la peste, sino que incluso percibí su aliento. Sin embargo, ni yo ni los otros que le asistieron hasta el último momento, hemos sufrido mal alguno. No, señorita, no tema; Nuestro Señor quiere servirse de usted para algo que se refiere a su gloria, y creo que la conservará para ello” (I, 238). Ese “algo” era fundar las Hijas de la Caridad.
La Caridades de Vicente de Paúl (AIC) fundadas en 1617 estaban integradas por señoras de condición que aportaban dinero y presencia para ayudar a los pobres. Las señoras de los pueblos -acostumbradas a las labores como cualquier campesina- visitaban personalmente a los pobres, los catequizaban, les preparaban la comida y las medicinas, y se las llevaban ellas mismas. Había labores que no podían realizar por la oposición de sus padres o maridos, como velar a los moribundos por las noches. Y las señoras de París se avergonzaban de ir por las calles con la marmita o hacer trabajos físicos, a veces bajos y sucios, y se lo encomendaban a sus criadas (X, n. 215), con el desagrado de Vicente de Paúl. Sin esperarlo, la providencia -decía el santo- abrió la puerta a unas chicas con las que no había soñado. En una misión en Saint-Cloud buscó alguna joven que, por un sueldo, ayudara a las señoras. Se presentó Margarita Naseau, para hacer ese trabajo, pero sin sueldo, por vocación. Era una revolución y Vicente de Paúl lo comprendió: “Margarita Naseau, de Suresnes era una pobre vaquera sin instrucción. Inspirada por el cielo, pensó instruir a la juventud. Compró un abecedario y, como no podía ir a la escuela para aprender, fue a pedir al señor párroco o al vicario que le dijesen qué letras eran las cuatro primeras; otra vez les preguntó sobre las cuatro siguientes, y así, con las demás. Luego, mientras guardaba las vacas, estudiaba la lección. Veía pasar a alguno que daba la impresión de saber leer, y le preguntaba cómo se pronunciaba una palabra, y poco a poco, aprendió a leer; luego, instruyó a otras muchachas de su aldea y con ellas decidió ir de aldea en aldea, para enseñar a la juventud… Fuimos allá a tener una misión; se confesó conmigo y me expuso sus ideas. Cuando fundamos allí la Caridad, se aficionó tanto a ella que me dijo: Me gustaría servir a los pobres de esta forma. Las damas de la Caridad de S. Salvador, como eran de elevada posición, buscaban a una joven que quisiera llevar el puchero a los pobres. Hicimos que viniese esa joven y la pusimos bajo la dirección de la señorita Le Gras que le enseñó a utilizar remedios y a hacer todos los servicios necesarios… Ella atrajo a otras jóvenes”[1].
La llegada de estas jóvenes revolucionó las Caridades. Sin sueldo y solo por vocación, hacían el trabajo que avergonzaba a las damas de París, y se convirtieron en sirvientas de los pobres. Una nueva concepción de vocación consagrada brotaba en la Iglesia. Vicente de Paúl enviaba a las jóvenes a casa de la señorita Le Gras para que las preparara y las colocara en una Caridad. Con la ayuda de un eclesiástico, en poco tiempo quedaban preparadas en lo más indispensable para servir a los pobres, y san Vicente, las llama sus hijas. En la señorita Le Gras, se volvió a levantar el voto que no pudo cumplir, y un día le asaltó la idea de fundar con ellas una congregación religiosa. Lo consultó con el director que se opuso, porque serían religiosas con clausura y con clausura se acabó el servicio a los pobres. Y le mandó que de «una vez por todas, no pensara en ello. Dios quería que fuera sirvienta de él y quizás de otras muchas personas de las que no lo sería de esa otra forma» (I, 141, 175). En febrero de 1633, le anuncia: «nuestro Señor quiere servirse de usted para algo que se refiere a su gloria» (I, 238)[2].
Los dos santos tenían motivos para hacer una Caridad especial con esas jóvenes. La acuciaste necesidad de escuelas femeninas, que tan hiriente había penetrado en el alma de Luisa en sus correrías, no la remediaban las señoras de las Caridades, pero sí podían remediarla esas jóvenes; esas muchachas se relacionaban con las señoras de cada Caridad, pero no entre ellas; sin organización interna no tenían una superiora, sino tantas como las Caridades en las que servían; Luisa sufría por no tener jóvenes en reserva para enviarlas a cubrir necesidades imprevistas o a sustituir a otras chicas enfermas. Y sintió la necesidad de formar con ellas una nueva Caridad. Margarita Naseau había muerto en la primavera de ese año 1633 en el hospital de apestados de San Luis. Se había contagiado por acoger en su cama a una enferma de peste, abandonada en la calle.
Para comenzar, Luisa eligió a María Joly. No tenía cultura, pero era inteligente, responsable y enérgica. El 29 de noviembre de 1633, Luisa de Marillac, María Joly y otras dos o tres compañeras iniciaron la primera comunidad de Hijas de la Caridad. Vicente de Paúl con la autoridad que le daba el arzobispo de París y la Santa Sede como fundador de la Congregación de la Misión y de las Cofradías de la Caridad, fundó la «Caridad de viudas y solteras de pueblo». La componían muchachas que no estaban atadas a padres, maridos o hijos pequeños. No se implantaba en ninguna parroquia, sino en la vivienda de la Señorita Le Gras, en el arrabal de San Víctor. Vicente de Paúl era su director y nombró superiora a la señorita Le Gras. Pertenecían al grupo de Caridades de Vicente de Paúl, como la Caridad de cualquier parroquia, pero con una impronta especial, como la tendrá más tarde la Caridad del Gran Hospital de París[3].
Las Hijas de la Caridad fueron una revolución social al igualar a las chicas de clase baja con las personas de categoría y dedicarlas a obras de caridad y a dirigir establecimientos que en aquel siglo era exclusivo de los hombres y de las mujeres pudientes. San Vicente decía a las Hermanas: “Me diréis: Ellos son hombres y nosotras, pobres mujeres. Sabed que muchas personas de vuestro sexo, atraviesan los mares para ir a servir a Dios en el prójimo” (IX, 1054). Las Hijas de la Caridad eran una carga explosiva en el sistema social al no renunciar a sus bienes y conservar los derechos a la herencia. Abandonar la Compañía y volver a la familia implicaba juicios costosos. No es de extrañar que la Compañía preocupara al Procurador General y que la jerarquía eclesiástica temiera por la castidad de estas jóvenes en los viajes y en las casas de los enfermos.
También hoy las jóvenes tienen que ver que las Hijas de la Caridad son una carga explosiva en la sociedad para animarse a entrar en una Compañía que las necesita para los pobres. Y las necesita porque las jóvenes conocen el contexto de secularización, caída de la fe y liberación de las costumbres, porque conocen la emigración del campesino a la ciudad arreligiosa y hasta algunas pueden ser inmigrantes; porque saben que es difícil formar un equilibrio afectivo en las familias que acaso son mono-nucleares y se desintegran con facilidad; porque tienen cualificación profesional apropiada para los servicio modernos y saben acomodarse a los tiempos modernos.
La comunidad debe inculcar la unión, el carisma, espíritu y fines vicencianos, como referencia a dónde dirigir a las jóvenes siendo sus acompañantes y ayudándolas a discernir la voluntad de Dios y a tomar la decisión correcta.
P. Benito Martínez, CM
Notas:
[1] SV. IX. 202s, 233s, 415s; I, 249, 266. Biografia de santa Luisa de Marillac por Benito MARTÍNEZ, C.M. Empeñada en un paraíso para los pobres, CEME, Salamanca 1995, Vida de Margarita Naseau en Benito MARTÍNEZ, C.M. Las cuatro cumplieron su misión, Ediciones Fe y Vida, Teruel, 1994.
[2] Benito MARTINEZ, “La Compañía de las Hijas de la Caridad”, en AA. VV. Luisa de Marillac (XVIII Semana de Estudios Vicencianos), Salamanca, CEME 1991, p. 25-37.
[3] SV. I, 251, 261s, 265-267; GOBILLON, o. c. 1. 2°, cp. I, p. 49 ss. considera el comienzo de la Compañía, cuando empezaron a vivir en comunidad, los fundadores con la llegada de Margarita Naseau, hacia 1630, y a ella como a la primera Hija de la Caridad (SL, c.14; SV. II, 466; conf. de julio de 1642).
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