Jesús tiene la llave del reino. Él es el Siervo de Dios que viene para servir, para abrir y cerrar. Da a los suyos las llaves del servicio.
Pedro, por lo visto, se mantiene al tanto de lo que dice la gente sobre Jesús. Pero no está donde va la gente, pues dice que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y nada más decir esto, a él se le declara bienaventurado y recibe él las llaves del reino. Jesús, actuando como garante, le da también al discípulo el poder de atar y desatar.
Y es bienaventurado Pedro, pues el Padre le da una revelación. Por lo tanto, las llaves que se le dan, junto con el atar y desatar, no son un premio. Constituyen, más bien, la gracia de la vocación que viene de la riqueza de Dios.
Pero no llama Jesús a un rico ni a un letrado de la ley, sino a un pescador humilde. Lo hace sentar con los príncipes (Sal 113, 8). Con todo, su título de Príncipe o Primado está en ser el último y el siervo de todos (Mc 9, 35).
Así pues, las llaves, o la autoridad, son para servir a la comunidad cristiana. Lo mismo se cabe decir del poder de atar y desatar, de perdonar y retener los pecados. De aprobar y desaprobar las enseñanzas, de tomar y seguir las medidas de correción y de prevención. Se le llama, sí, a Pedro para que sea el siervo de los siervos de Dios.
Tener las llaves, atar y desatar, supone la confesión de fe.
El que en quien delega Jesús esa tarea solo la podrá cumplir si se mantiene firme en su confesión de fe. Y no es cuestión tanto de palabra cuanto de obra. Es decir, hay que confesar a Jesús con la vida.
Confesar con la vida quiere decir vaciarnos de nosotros mismos para revestirnos de Jesucristo (SV.ES XI:236). Es quitarnos todo fariseísmo para ponernos la actitud, la humildad y la abnegación de Jesús. Pues resulta que, por una parte, son muchos los que se dicen cristianos pero muestran rasgos propios de los fariseos, como la rigidez. Y pocos son, por otra parte, los que se dicen cristianos y muestran a la vez rasgos conformes a los de Jesús.
Y los que cumplen con el servicio de las llaves y de atar y desatar tienen a Jesús por su fuerza motriz. Es decir, Jesús es la razón de todo su ser, poseer y hacer.
Siempre reverencian ellos también a los que representan al Hijo de Dios (SV.ES XI:725). Se les acercan, sí, con la misma reverencia que muestran cuando reciben la sagrada comunión.
Señor Jesús, las llaves del reino de los cielos las recibe no un hombre único, sino la Iglesia única (san Agustín). Haz que los que formamos la Iglesia dejemos abierta la puerta de la salvación, especialmente a los que el mundo toma por prescindibles.
23 Agosto 2020
21º Domingo de T. O. (A)
Is 22, 19-23; Rom 11, 33-36; Mt 16, 13-20
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