José Fitzgerald, cm: «Para los indígenas la ‘casa’ no es solamente el rancho, sino la quebrada, árboles frutales, parcelas de siembras»

por | Ago 20, 2020 | Formación, Noticias | 0 Comentarios

Para los indígenas ngäbe de Panamá, la creación y el cosmos en su totalidad se entienden como Ju Ngöbökwe, la “casa de Dios”. En el mito de la creación, la casa fue construida durante cuatro días con la participación de los seres humanos y todas las creaturas, una colaboración que puso el orden cósmico desde el principio.

Desde esa cosmovisión y el valor de mantener el equilibro y armonía en la “casa” surgen varios rituales y prácticas, muchos de los cuales corresponden al ciclo climático y al trabajo con la tierra. El ritual de jurite, unos de las prácticas del Buen Vivir ngäbe, toma lugar cuando una familia de la montaña que no tiene suficiente alimento para vivir bien el ciclo del año, visita a otra familia para efectuar el ritual. Explica un anciano ngäbe, “Jurite significa que un vecino mío tiene arroz, maíz y frijol, todo lo que pueda comer en lo que es la alimentación, y yo no tengo, yo iba a visitarlo allá, a buscar o a pedirle un auxilio y él no me decía que no, sino que me daba lo que yo quería llevar y sin costo alguno. No debíamos nada por eso”. Con razón la palabra jurite combina las palabras ju (casa) y torite (compartir) en la lengua ngäbere, de tal manera que el “ju” ngäbe no es solamente el rancho, sino la quebrada, árboles frutales, parcelas de siembras; ya que todo es espacio de convivencia familiar. Aunque la familia que recibió el don no lo va a volver, por supuesto, si el próximo año tiene una buena cosecha y viene cualquier familia a practicar jurite, corresponde actuar con la misma generosidad y solidaridad que recibió.

La exhortación apostólica postsinodal Querida Amazonia marca la primera vez que un documento de la Iglesia de esta categoría utiliza el termino específico “Buen Vivir”. Reconociendo la importancia de respetar a los indígenas como protagonistas de sus propios proyectos de vida, el Papa Francisco hace referencia a los pueblos indígenas al decir, “la gran pregunta es: ¿Cómo imaginan ellos mismos su buen vivir para ellos y sus descendientes?”. En medio de esta crisis global por la pandemia, después de tantas reflexiones sobre lo que en verdad tiene valor central en nuestra vida y la evidente interconexión de toda la familia humana, propongo que vale la pena desenvolver esta pregunta del Papa y preguntarnos ¿cómo imaginamos el mundo post-pandemia con relaciones solidarias más sólidas y permanentes? Los ejemplos de los pueblos originarios y los movimientos del Buen Vivir nos pueden ayudar a imaginar y vivir este “otro mundo posible”.

¿Un mundo fundado en la competencia o la solidaridad?

En medio de esa pandemia, hemos escuchado comentarios por parte de los medios de comunicación y políticos de que el COVID-19 no discrimina raza, etnia, o clase social. Aunque eso tiene certeza referente al contagio del virus, hemos visto como la crisis ha amplificado la fuerte inequidad económico, social, y racial de un sistema donde es evidente la brecha en acceso a atención médica; en donde el “quedarse en casa” cobra otro significado; donde la inseguridad laboral y económica han dejado millones de personas humildes en situaciones muy precarias. Los poderosos, mientras, se acomodan para aprovechar la situación política y económicamente, una vez más efectuando el “capitalismo de desastre” el cual se aprovecha del sufrimiento humano para la ganancia financiera de un grupo élite. La pandemia actual ha mostrado el centro de atención a una crisis más profunda de la humanidad, una crisis relacional; en lugar de vivir la hermandad y solidaridad, dominan un sistema del egoísmo y competencia.

Un principio fundamental del neoliberalismo, con su fe incuestionable de las leyes del mercado, es la competencia. Así como la ideología neoliberal ha saturado la vida completa de muchas sociedades durante las últimas cuatro décadas, nos ha convencido de que la competencia es la relación natural entre los seres humanos, la “goma” que mantiene a la sociedad. En lugar de una visión de hermanos y hermanas en estado permanente de solidaridad, hemos aceptado el erróneo dogma de que cada uno debe actuar según sus propios intereses y considerar a los demás como competidores en el juego de obtener y acumular la mayor cantidad de bienes posibles (físicos o financieros). El teólogo español Juan José Tamayo ya dijo hace varios años, “la competitividad se torna el único evangelio que se predica en la religión del mercado”.

La Doctrina Social de la Iglesia no ha condenado el rol de la competencia en las relaciones económicas en sí, más bien ha afirmado la validez de “sana competencia” en el mundo moderno con una preocupación que la competencia sea justa y en servicio del bien común. No obstante, frente del extremo del concepto y su implementación en el modelo neoliberal de las últimas décadas, el Papa Francisco advierte en contra de una visión desordenada y exagerada de la competencia. En su discurso a los movimientos populares reunidos en Bolivia, él dijo que “cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo”

Si bien una crisis como la pandemia ofrece la oportunidad para “corregir el rumbo” de nuestro caminar humano, la historia reciente muestra que mantenemos una “visión túnel” que no nos permite, en forma amplia, imaginar e implementar otros modos de vida o relaciones con la creación y familia humana. La crisis económica mundial de 2008, por ejemplo, no provocó una nueva perspectiva fuera del modelo neoliberal con su visión del ser individualista y egoísta en competencia para la acumulación de bienes.

Es aquí donde los movimientos del Buen Vivir de los pueblos indígenas nos pueden ayudar a construir con fundamentos más sólidos y profundos, una sociedad de solidaridad integral.

Esperanza de los pueblos indígenas

Las relaciones económicas bajo el modelo neoliberal mantienen la reciprocidad negativa como la única posibilidad, donde uno recibe del otro un valor por encima de lo que está entregando; es la base de la acumulación de riqueza en la economía capitalista. Lo material es más importante que lo relacional. Los promotores del modelo neoliberal, del capitalismo salvaje sin corazón, mantienen el discurso de que “no hay alternativa” a este modelo, mientras los pueblos indígenas, campesinos y otros pueblos marginados proféticamente viven las alternativas de la Vida Plena.

En documento final del sínodo sobre la Amazonia, culminación de un proceso de reflexión que involucró miles de indígenas, resumen el Buen Vivir como la vida “en armonía consigo mismo, con la naturaleza, con los seres humanos y con el ser supremo, ya que hay una intercomunicación entre todo el cosmos, donde no hay excluyentes ni excluidos, y donde podamos forjar un proyecto de vida plena para todos.” El ritual ngäbe de jurite, mencionado al inicio, es un ejemplo de un pueblo luchando diariamente frente de muchas dificultades para mantener esta propuesta de vida.

El jurite se ubica desde la antropología como la reciprocidad generalizada; se basa en un acuerdo social donde la trasferencia de la abundancia de uno llega al que necesita sin pago ni recompensa; el lado social de la relación supera al material. El jurite está entendido por los ngäbe con un sentir más allá del personal, e implica un contrato sociocultural en beneficio de todos, así como explica un anciano ngäbe, “El jurite es compartir como hermandad a toda la sociedad ngäbe, que el pueblo no se muera, sino que el pueblo viva bien”. Distinto a un sistema político-económico macro impuesto “desde arriba”, la reciprocidad generalizada indígena brota “desde abajo”, desde una conciencia comunitaria que el pueblo ha discernido a lo largo de milenios, iluminados por el Espíritu, el orden armónico puesto por el Creador y nuestra responsabilidad de mantenerlo.

No es difícil distinguir la diferencia entre la reciprocidad indígena y los ideales que mueven las economías de países o sectores supuestamente desarrollados. Se puede diferenciar entre la economía del mercado de transacciones “frías” que se enfocan más en los bienes materiales, y la economía del don, en donde la relación interpersonal supera la transacción. Las prácticas de la economía del don, como el jurite ngäbe, ponen en tela de juicio el modelo neoliberal actualmente aceptado de individualismo feroz, competencia y acumulación de bienes.

Vale mencionar que el Buen Vivir desde las cosmovisiones indígenas, con sus prácticas como la mencionada reciprocidad, no representa novedades que se puedan agregar a un sistema neoliberal enfermo e injusto. Como ha sido repetido por varios indígenas: “El Buen Vivir no es desarrollo alternativo, sino una alternativa al desarrollo”. El sistema actual no puede “contener” el Buen Vivir indígena, puesto que el Buen Vivir exige el abandonado del modelo neoliberal destructivo, extractivista y consumista, para permitir un verdadero florecimiento humano y de toda la vida. Desde el Buen Vivir, la meta claramente no es “tener más” sino “vivir más”, en el verdadero sentir de esa vida que el Creador nos ha regalado y que Cristo ha llevado a la abundancia (Jn. 10,10), dándonos el ejemplo y espíritu de profunda solidaridad.

Como creyentes en el Reinado proclamado por Cristo, podemos peguntarnos, ¿cuál es nuestra naturaleza según el plan de Dios: seres egoístas en competencia o seres comunitarios en profunda solidaridad? Si afirmamos la segunda opción, ¿por qué, entonces, una gran porción de cristianos atrevidamente sigue apoyando un sistema que nos mantiene como seres egoístas en salvaje competición?

Los modelos de economías solidarias germinadas desde abajo, con ejemplos como las prácticas ancestrales indígenas del Buen Vivir, ofrecen esperanza en lo que la enseñanza de la Iglesia señala como una economía humana, solidaria y justa. La reciprocidad generalizada, donde la relación humana es central y por encima del intercambio de bienes, enfatiza la importancia de una economía armónica que mantiene al ser humano como sujeto de la misma. La colaboración y compartir reemplazan la competencia para abrir nuevos caminos de solidaridad en la promoción de una verdadera hermandad como diseño de Dios y el destino de la familia humana. La equidad socioeconómica se convierte, entonces, en la norma y la única meta aceptable.

Durante su primer discurso a los movimientos populares en Roma, el papa Francisco habló del compartir natural entre los marginados: “Ustedes sienten que los pobres (…) practican esa solidaridad tan especial que existe entre los que sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado, o al menos tiene muchas ganas de olvidar”. Ya es momento oportuno de recordar y comprometernos a construir un “nuevo normal” post-pandemia, el “otro mundo posible”. La solidaridad de muchas personas expresada en gestos grandes y pequeños durante esa crisis, la entrega desinteresada de tantas personas poniendo su propia vida en peligro para el bien de los demás y la creatividad de ayudar al otro frente a tantos obstáculos, nos da la esperanza de salir de la crisis con más claridad en el camino por adelante. Que la solidaridad de este momento se transforme en nuevos modos de vivir y nuevas formas de relacionarnos uno con otro. Y que seamos capaces como sociedades e Iglesia de reconocer en los pueblos como los indígenas ngäbe las señales de la Vida Plena que el mundo tanto necesita. “La tierra es una sola para todos y hay suficiente para todos, si sabemos compartir” Bechi, anciana indígena ngäbe.

José Fitzgerald, CM es sacerdote de la Congregación de la Misión. Tiene un doctorado en teología de la Universidad Pontificia Bolivariana y es autor del libro Danzar en la casa de Ngöbö: Resiliencia de la Vida Plena Ngäbe frente al neoliberalismo (Editorial Abya Yala 2019). Ha trabajado con los indígenas ngäbe en Panamá desde 2005.
Fuente: https://www.religiondigital.org/

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