“Éste es mi Hijo muy amado, escúchenlo”
2 Pedro 1, 16-19; Sal 96; Mt 17, 1-9.
Cuando has caminado mucho, el calor y el cansancio te hacen anhelar un alto en un lugar fresco y agradable donde puedas reparar tus fuerzas.
Jesús sabe que lo que viene es un momento difícil, doloroso y triste, por eso mismo invita a sus queridos amigos a penetrar en la maravillosa experiencia de la oración y el encuentro con Dios para fortalecerlos y animarlos.
Suben al monte a encontrarse con Dios y es ahí donde Jesús se transfigura y les deja ver por un momento la luz, la paz y la alegría que deja el estar con el Padre siempre cumpliendo la ley y siendo profeta (Moisés y Elías). Ese Padre nos confirma el amor que tiene por su Hijo y cómo, escuchándolo, podemos nosotros también ser luz para otros.
Cierto que ahí se está muy bien y quisiéramos quedarnos para siempre; sin embargo, hay que volver a nuestra vida pero no de la misma manera sino renovados, reanimados para poder ir transformando nuestro alrededor.
¿Con que frecuencia subo al monte para estar con Dios? En mi encuentro ¿logro vaciarme de mis egoísmos, dudas, preocupaciones, para llenarme de Él y transformarme en luz y alegría para otros?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Patricia de la Paz Rincón Limón
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