Vivo en una comunidad de misioneros paúles compuesta por sacerdotes mayores: cuatro de nosotros sobrepasamos los 70 años, otro los 80. Agrava la situación el hecho de que dos miembros de la comunidad necesitan cuidados especiales. Solo hay un miembro joven (30 años) en la comunidad. Tomamos pronto conciencia del apoyo solidario mutuo que necesitábamos durante el confinamiento. Solo el padre de 30 años podía salir a hacer las compras y proveernos de los alimentos y demás cosas necesarias. Cada uno de nosotros intensificó las comunicaciones telefónicas con sus seres queridos y con los feligreses necesitados de apoyo y consuelo.

Esta situación de aislamiento posibilitó, por otra parte, la oración y meditación personal diaria y también las celebraciones comunitarias. Todos los días concelebrábamos y rezábamos juntos con especial intensidad, incluyendo en la oración comunitaria y en la eucaristía una intención especial para que la misericordia de Dios aliviara el sufrimiento de tantas personas que sufrían la pandemia, en especial por los enfermos y por los que estaban solos. Nos unimos, día a día, al sufrimiento de las personas conocidas y familiares que habían sido contagiadas, y sobre todo a las familias que habían perdido uno de sus miembros y habían sido enterradas en la más profunda soledad.

La declaración del estado de alarma supuso el cese de todas las actividades pastorales: la eucaristía en las parroquias y capellanías, la celebración de los sacramentos, funerales, etc., incluído el servicio a algunas comunidades religiosas y residencias de ancianos.

Afortunadamente, la imaginación y el espíritu creativo de nuestro fundador nos inspiró pronto la idea del uso de los medios técnicos a nuestro alcance: la idea de transmitir por Facebook nuestras celebraciones comunitarias surgió casi de inmediato. A los dos días de la declaración del estado de alarma ya estábamos transmitiendo nuestras celebraciones comunitarias por este medio. Además, conscientes de que algunos de nuestros parroquianos y amigos no tienen conocimientos suficientes utilizar estos medios, les enviábamos, vía Whatsapp, la celebración íntegra. A lo largo de casi tres meses, hemos recibido innumerables muestras de gratitud por estas misas concelebradas, incluso desde otros países y continentes. Algunos nos pedían expresamente que incluyésemos en nuestras intenciones de la misa a sus familiares difuntos.

Las celebraciones de la Semana Santa online supusieron otro reto: estando tan arraigada en nuestro pueblo la Semana Santa y sus celebraciones (visita al Monumento del Jueves Santo, procesiones, Vigilia Pascual y demás expresiones de la piedad popular en este tiempo litúrgico tan especial), desde el principio intentamos transmitir online todas estas celebraciones de la Semana Santa con la máxima fidelidad a la piedad popular de nuestra tradición. La procesión de Ramos la hicimos desde el patio de nuestra casa hasta la capilla, con ramos y cantos propios del día. La celebración especial del Jueves Santo, con especial énfasis de la institución de la Eucaristía y del sacerdocio; solo omitimos el lavatorio de los pies, por razones obvias. Por la noche tuvimos una especial Hora Santa, con textos escogidos del evangelio, sobre el amor cristiano. El Viernes Santo fue de especial recogimiento y adoración de la Cruz, que culminó en la celebración de la tarde. Las celebraciones de esta semana tuvieron su punto álgido en la gran Vigilia Pascual, en la que destacan las lecturas escogidas de la historia de la salvación, la liturgia bautismal y la oración universal de la Iglesia. Todas estas celebraciones fueron igualmente retransmitidas a través de Facebook.

En esta situación, tan similar a muchas vividas en comunidades religiosas de todo el mundo, hemos aprendido muchas y muy importantes lecciones: la primera, que los cristianos no vivimos aisladamente nuestra fe, y que nuestra relación con Dios pasa indefectiblemente por nuestra relación con el hermano; la segunda, que siempre, pero en especial en tiempos difíciles, volvemos nuestra mirada a un Dios misericordioso que sufre con nosotros el dolor y la desgracia; la tercera, que los medios de comunicación nos abren ventanas para ser «creativos hasta el infinito», como dijera san Vicente de Paúl; y muchas más.

Sea todo para la mayor gloria de Dios.