Trabajo y vida digna

por | Ago 3, 2020 | Formación, Reflexiones | 0 Comentarios

La pandemia del covid-19 que sufrimos globalmente nos ha hecho poner en valor algunas profesiones que resultan socialmente indispensables, aunque rara vez se remunere dignamente a los trabajadores que las llevan a cabo. Entre aquellos que han realizado un esfuerzo encomiable están, además de los sanitarios, las personas que trabajan en la limpieza, el saneamiento, el transporte, la producción de alimentos y productos esenciales, entre muchos otros, que merecen un reconocimiento social —y una remuneración acorde— que, en muchas ocasiones, no reciben. A los salarios precarios y las condiciones inseguras o insalubres de sus trabajos, muchas veces se añaden la falta de estabilidad laboral o situaciones indignas (como, por ejemplo, la escasez o falta de derechos, las interminables jornadas de trabajo en situaciones de extrema dificultad, etc.).

Todo esto trajo a mi mente la realidad compleja y plagada de abusos de los obreros de las industrias de mediados del siglo XIX, en tiempos de Antonio Federico Ozanam, que vivían en lastimosas condiciones y mal pagados.

Siempre, y especialmente durante este tiempo de pandemia, muchos trabajadores esenciales realizan una labor no siempre dignamente retribuida.

En 1848, un grupo de ciudadanos lioneses presentaron la candidatura de Federico Ozanam para diputado en la Asamblea Nacional de Francia. Las elecciones tuvieron lugar el 23 de abril. Ocho días antes, Ozanam había enviado una «Circular a los electores del departamento de Rhône», en la que presentaba su programa electoral, abogando por la democracia, unos impuestos progresivos que no se cebasen en la población más débil, y también, como él mismo dice, apoyando

los derechos laborales: el trabajo del agricultor, el artesano, el comerciante; las asociaciones de trabajadores; las obras de utilidad pública de iniciativa estatal, que pueden ofrecer hospitalidad a los trabajadores que carecen de trabajo o recursos. Haré todo lo posible por pedir medidas de justicia y seguridad social para aliviar el sufrimiento de la población.

Federico no fue elegido, pero siguió, hasta el final de su vida, mediando y defendiendo los derechos de los asalariados.

Federico nos muestra, con su palabra y su obra, el camino para humanizar y valorizar las relaciones laborales, y denunciar aquellas situaciones injustas que nos rodean. Hoy día, algunos de los puntos de su «programa» (asociacionismo, seguridad social, derecho a auxilio para los desempleados…), son una realidad —perfeccionable, sin duda— en algunos países del mundo, pero no en todos. Aún queda mucho que trabajar al respecto, incluso en los países que se autodenominan «desarrollados». Otros puntos todavía necesitan ser mejorados; muchos obreros, aun trabajando, viven precariamente, igual que sucedía a mediados del siglo XIX en Francia: puestos inestables, bajos salarios, situaciones de miseria de todos aquellos que, aun teniendo trabajo, no ganan lo suficiente para cubrir sus necesidades mínimas vitales de vivienda, comida y demás gastos comunes…

¿Podemos nosotros, como Familia Vicenciana, hacer algo al respecto? Seguro que sí.

Al igual que Federico, la Familia Vicenciana se ha de esforzar porque todas las personas, especialmente las más desfavorecidas, puedan tener acceso a una vida digna, también en su vida laboral. Hemos de alzar la voz y poner nuestros brazos en acción para provocar cambios sistémicos significativos, para garantizar que los que sufren este tipo de injusticias puedan acceder a las condiciones necesarias para llevar una vida decente, para que puedan ser los protagonistas de su propia historia y no vivan bajo el yugo de las situaciones injustas que socialmente nos hemos acostumbrado a normalizar. Tenemos con nosotros dos poderosas herramientas para hacerlo: la colaboración que es posible entre los muchos miembros de la Familia, y un carisma que nos mueve a trabajar por la dignidad de todas las personas, especialmente de aquellos que más sufren, a ejemplo de Vicente de Paúl y todos sus seguidores.

Javier F. Chento
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Etiquetas: coronavirus

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