En el 2015, tuve la oportunidad de vivir la Semana Santa junto a un grupo de jóvenes Vicentinos en la Parroquia del Roble de Puntarenas, específicamente en la Comunidad Palmas del Río. Cada día caminábamos de 20 a 30 minutos del centro parroquial a la comunidad asignada, al llegar ahí nos dividíamos para ir puerta por puerta a compartir y animar a las familias.

En ese recorrido de la parroquia a la comunidad, había un terreno con una carpa medio hecha y un rotulo que decía “Somos los Sobrevivientes”; se trataba de un grupo de personas en situación de calle. Este trayecto nos parecía un poco peligroso ya que cada vez que pasábamos por ahí, estas personas se nos quedaban viendo de forma extraña.

En una de tantas conversaciones que tuvimos como equipo, decidimos que sí, nos habíamos puesto como objetivo visitar a toda la comunidad, podíamos dedicar un poco de tiempo y de buena fe hacerles una visita a estas personas. Entonces así lo hicimos, compramos unas cuantas cosas para compartir y nos dirigimos al lugar donde habitaban.

Con un poco de miedo nos acercamos al lugar. La primera persona con la que tuvimos contacto se hacía llamar “Lobo Solitario” y él se encargó de llamar al resto que se encontraban descansando dentro de la carpa. Les comentamos que les traíamos algunas cosas de comer, y muy amablemente nos pidieron que pasáramos adelante; improvisadamente nos empezaron a traer troncos de árbol y sillas a medio armar para que nos sentáramos a compartir con ellos.

El ambiente se volvió muy agradable, en donde ellos con bromas, lágrimas y detalles nos contaban sus historias de vida y como llegaron a ser los “Sobrevivientes”. Mientras esto pasaba, cada vez iban apareciendo más y más de ellos. Al ser muchos y con tanto que contar, sin querer y de forma natural nos fuimos separando por grupos para así poder escucharlos a todos.

Son varias las historias, y resulta difícil de recordar a detalle cada una de ellas, pero van desde situaciones de alcoholismo, hasta problemas financieros y desempleo. Al final, estas historias nos hicieron comprender el motivo por el cual se hacían llamar los sobrevivientes, y esta auto denominación no se debía específicamente de una situación, sino de muchas; y cómo grupalmente se apoyaban para seguir adelante.

Personalmente, me marcó mucho la necesidad que tienen las personas en situación de calle por ser escuchadas. A veces pensamos, que con lo único que podemos ayudar a estas personas es con comida, ropa, dinero, o cosas tan extraordinarias que no están a nuestro alcance, pero a veces solo necesitan tiempo de calidad, tiempo para hablar, tiempo para ser escuchados, para tener una voz y contar que es lo que sienten y viven.

El compartir lo terminamos con una breve oración y un agradecimiento mutuo. Uno de ellos, llamado Billy, se acercó a mí y me regaló una pequeña cruz que llevaba tiempo de acompañarlo. Al día de hoy, conservo este regalo con muchísimo aprecio.

Los siguientes días que pasábamos por ahí, desde lo lejos escuchábamos el saludo de nuestros amigos “Los Sobrevivientes”, así convirtiéndose el miedo en un profundo aprecio y un momento esperado en nuestra ruta.

Diarios Vicencianos analiza algunas de las experiencias más personales de los/as vicentinos/as que trabajan con personas sin hogar, residentes de barrios marginales y refugiados/as. Arrojan luz sobre los momentos que nos inspiraron, las situaciones que nos dejaron boquiabiertos y conmocionados, y las personas que se cruzaron en nuestros caminos y nos mostraron que se aún debe hacer más.

Lo que los conecta es el compromiso vicentino con los más pobres entre los pobres, y la esperanza de que, como Familia, todavía podemos hacer más.

Frander Vindas,
embajador voluntario en Costa Rica

Fuente: https://vfhomelessalliance.org/