“El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”
Is 10, 1-17; Sal 49; Mt 10, 34-11, 1.
En la época de Jesús, la cruz era un método de castigo para los esclavos rebeldes o criminales, muy usado por los romanos, babilonios y asirios. Una de las ejecuciones más famosas fue la crucifixión en masa de 6000 esclavos capturados después de la rebelión de Espartaco. Las cruces con los cuerpos fueron puestas en la vía Apia desde Roma hasta Capua. Probablemente se obligaba al condenado a llevar el madero transversal para facilitar subirlo al poste vertical y colgar al condenado. De ahí la forma de cruz.
Jesús conocía este castigo y lo aceptó para salvarnos y nos pide cargar nuestra cruz cumpliendo su voluntad enloquehacemoscadadía: eneltrabajo,losquehaceres de la casa, la educación de los niños, en el apostolado, al servir al prójimo, al rezar… ahí debemos seguirlo, hacer las cosas como Él quiere que las hagamos. San Vicente de Paul recomendaba preguntarse: “¿Qué haría Jesús en mi lugar?”
Tomar la cruz se refiere al esfuerzo de hacer las cosas que no nos gustan o nos cansan, como camino de fidelidad. Hoy ofrezco mi trabajo del día aunque no me guste, para unirme a la cruz de Jesús y darle gloria a Dios.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Carmen Elisa Arteaga Solís
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