«Mayor felicidad hay en dar que en recibir» (Hch 20,35)

En el Sermón de la Montaña (Mt 5,3-16), Jesús nos presenta las bienaventuranzas, que son enseñanzas que anuncian el Reino de Dios y nos conducen a la felicidad y la salvación. Jesús se dirige a los pobres y a los que lloran, a los mansos y justos, a los misericordiosos, puros y pacíficos, a los calumniados y perseguidos, porque todos ellos heredarán el reino de los cielos. Son promesas efectivas de Cristo que alivian nuestros corazones y señalan el camino de la santidad, la tolerancia, la humildad y el amor. Bienaventurados son todos aquellos que cumplen la palabra de Dios. Son abundantemente felices, inmensamente bendecidos.

San Pablo complementará el mensaje de Jesús extendiendo el gozo de poseer los cielos. Afirma que hay «mayor felicidad hay en dar que en recibir»: «En todo os he enseñado que es así, trabajando, como se debe socorrer a los débiles y que hay que tener presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: ‘Mayor felicidad hay en dar que en recibir'» (Hch 20,35). Esta «nueva promesa», en continuidad con la anterior, nos trae a todos, consocios y consocias de la querida Sociedad de San Vicente de Paúl (SSVP), una gran satisfacción, ya que nuestro propósito fundamental es la práctica de la caridad sin límites y sin fronteras. El amor es altruista; piensa más en el prójimo que en uno mismo. El amor encuentra más alegría en dar que en recibir. Cuanto más damos, más recibimos.

Este llamamiento bíblico («mejor dar que recibir») se torna en la amorosa invitación del Padre Celestial a la caridad, que debe ser ejercida ampliamente entre los hijos de Dios. Cuando las Escrituras mencionan el verbo «dar», no sólo se refiere a los bienes materiales, sino sobre todo a la caridad espiritual y moral, además de las propias obras de misericordia (dar buenos consejos, corregir al hermano y perdonar, entre otras acciones concretas, como dar de comer, beber y vestir). Pero también es verdad que «a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho» (Lc 12,48). Debemos estar atentos a la invitación de Jesús para que podamos ser llamados, de hecho, cristianos.

Cuando damos a los pobres es como si diéramos a Dios mismo (Mt 25,40). El día del juicio final, las personas serán juzgadas de acuerdo a sus obras. Tenemos que ver a Dios en el rostro de nuestro prójimo (1 Jn 4,20). Descuidar la generosidad con los pobres, los débiles, los enfermos y los afligidos es como negarle la ayuda a Jesús. Dejar de dar pan a los hambrientos es como negarle al Hijo de Dios un plato de comida. San Pablo también dice que lo que ofrecemos a los demás es como una ofrenda a Dios, como un sacrificio «que Dios acepta con agrado» (Fil 4,18). Esta promesa se refuerza en otros pasajes de la Biblia, como «dad y se os dará» (Lc 6,38) o «pedid y recibiréis» (Mt 7,7-12).

Recibir algo de alguien es una gran bendición y nos da una gran felicidad; pero Jesús dijo que la alegría de dar es aún mayor que la alegría de recibir. Hay innumerables «recompensas» para los que tienen un corazón generoso, porque Dios ha prometido que lo librará en el día de la aflicción, lo preservará de su enemigo, lo consolará en la enfermedad y le dará la felicidad (Sal 41,1-3). Por lo tanto, queridos consocios y consocias, es gratificante saber que Dios nos ama por los actos de caridad que realizamos en favor de los que sufren. Somos muy afortunados de formar parte de la Sociedad de San Vicente de Paúl: una escuela de caridad y santificación. En nuestras vidas, hagámoslo todo para servir a los demás, dando lo mejor de nosotros y dándonos a nosotros mismos como hermanos, amigos y compañeros en el viaje hacia el Paraíso.

Renato Lima de Oliveira
16º Presidente General de la SSVP

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