“Que se alegren los justos con el Señor…”
Sir 48, 1-15; Sal 96; Mt 6, 7-15.
“Cuando ores no hables mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados”.
Detenernos un momento en medio del ajetreo de la vida es casi imposible en este tiempo. Tenemos una lista interminable de actividades. Detenernos para orar es aun más difícil porque significa callar, hacer silencio. Estamos acostumbrados a hablar demasiado y a llenar nuestra vida de ruidos.
San Agustín decía: “Puedes orar mejor hablando menos”. Hoy Jesús, que nos conoce, nos enseña la oración del Padre Nuestro, nos muestra que orar se trata únicamente de situarnos como hijos ante nuestro Padre, que sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos.
Nos invita a perdonar, nos invita a alejarnos del mal, nos invita a vencer la tentación, nos invita sobre todo a ser personas de más silencio y más escucha y, por lo tanto, de menos palabras en nuestra vida, más confianza y abandono en ese Padre que tanto nos ama. Hablar menos y orar sencillamente con el corazón.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Sor Yolanda Elvira Guzmán Yeh, H.C.
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