En algunos lugares el jueves y en otros el domingo que viene se celebra la fiesta del Cuerpo de Cristo (Corpus Christi), y esto ya desde la Edad Media. En 1208, santa Juliana de Cornillon, religiosa cisterciense, promueve la idea de celebrar una festividad en honor del Cuerpo y la Sangre de Cristo presentes en la Eucaristía. Esta fiesta se celebró por primera vez en 1246 en la diócesis de Lieja (Bélgica), y fue instituida como fiesta litúrgica en 1264 por el papa Urbano IV. Para su celebración santo Tomás de Aquino compuso los himnos Lauda Sion, Panis angelicus, Adoro te devote y el Pange Lingua, con el final Tantum Ergo. El Concilio de Vienne (Francia) en 1311, presidido por el Papa Clemente V da normas para regular el cortejo procesional en el interior de los templos. En 1447, el papa Nicolás V sale en procesión con la Hostia Santa por las calles de Roma. Desde entonces se extiende por los países católicos la costumbre de llevar en procesión el Cuerpo de Cristo en una custodia o copón por las calles engalanadas con altares. Era fruto de la devoción al Santísimo Sacramento, extendida entre los católicos, en oposición a los protestantes.
A esta costumbre se refiere santa Luisa de Marillac, en una carta a Sor Juliana Loret, indicándole que también la comunidad de su casa, en el arrabal de Saint Denis de París, ha levantado un altar que la ocupó desde el martes hasta el jueves, día en que se celebraba la fiesta del Corpus. “Le suplico que pida a Dios por todas nosotras; hemos visto el efecto de sus oraciones en lo tocante a nuestro altar para la procesión, porque ha estado muy bonito, y eso que no empezamos hasta el martes” (c. 367).
Consideraba que es una devoción inigualable adorar a Cristo en la Eucaristía y procuraba que en todas las comunidades de Hijas de la Caridad estuviera el Santísimo Sacramento para que tomase posesión de la casa, adorarlo y pedirle ayuda en las necesidades. “Puede ser que digan que yo he hablado de la necesidad de tener el Santísimo Sacramento en casa, y no sólo para que remedie las necesidades, sino para que Nuestro Señor tome posesión de la casa a la vista del pueblo” (c. 231). Aunque se refiere a las comunidades de Hijas de la Caridad el motivo de que la gente tenga cerca a Jesús sacramentado vale para cualquier grupo de personas que viven en comunidad; mientras que pedirle ayuda nos induce a acudir en busca de ayuda en las necesidades, como lo es la expansión del coronavirus.
No lo decía como una doctrina, lo vivía. En los viajes procuraba visitar las iglesias donde estaba reservado el Cuerpo de Cristo e inculcaba a las Hermanas que también ellas, cuando la diligencia o el barco se detuviera en un lugar, visitasen al santísimo Sacramento en la iglesia más cercana. Y si no se detenían, pero veían una iglesia, saludasen a Jesús reservado en el sagrario (c. 161, 171). Y cuando en agosto de 1648, estalló en Paris la revuelta de la Fronda, Luisa de Marillac estaba pasando unos días en el palacio de su amiga la duquesa de Liancourt, y espantada escribe a las Hermanas de la Casa: “Les ruego que durante algún tiempo haya siempre una o dos Hermanas ante el Santísimo Sacramento para tratar de aplacar la ira de Dios sobre nosotros” (c. 254).
Parecido a lo que cuenta Hermann Cohen, violinista judío converso al catolicismo. Cuenta la emoción que sintió durante la bendición con el Santísimo en el interior de un templo parisino, y en 1848 obtiene el permiso de la autoridad eclesiástica para fundar en París un grupo de adoradores a Jesús sacramentado durante la noche. Este grupo, llamado Adoración Nocturna, se extendió por diversos lugares de Francia. Y en 1877 la implantó en España Luis de Trelles, político que se destacó por la devoción al Cuerpo de Cristo y por el socorro prestado a heridos y prisioneros durante la tercera guerra carlista. En 1893 se crea la Adoración Nocturna Española. Los adoradores se comprometen a adorar al Santísimo Sacramento por la noche al menos una vez al mes, celebrando la misa y estableciendo turnos de vela hasta la llegada del alba. Esta costumbre se ha debilitado y hasta desaparecido en muchos lugares, como algo de tiempos pasados. Junto a la adoración, los miembros se comprometen a dar testimonio de su fe mediante el compromiso social y la lucha por la justicia, así como la propagación de la devoción a Jesús Sacramentado tan necesaria hoy para que nos libre de la epidemia del coronavirus, aunque las circunstancias hayan cambiado. Hoy es comprometido dejar las iglesias abiertas por los robos y solo quedan abiertas ciertas horas del día que pueden no ser propicias para que la gente trabajadora pueda compaginar labores, descanso y visitas al Santísimo Sacramento. Pero también hoy estamos sufriendo una revuelta, la del coronavirus, más cruel y dañina que la Fronda, que solo puede aplacarla la misericordia divina. Santa Luisa nos invita a postrarnos ante el Santísimo Sacramento y pedirle su ayuda.
También exigía que la comunidad asistiera a Misa todos los días, a no ser que se lo impidiese el servicio a los pobres, y no poder hacerlo lo consideraba un obstáculo para hacer una fundación. “Si hubiera que permanecer (en el castillo de Bicêtre, donde las Señoras habían trasladado a los niños), sería necesario que se celebrase todos los días la Misa en la Capilla, pues las Señoras quieren que las Hermanas vayan a oírla a Gentilly. ¿Y qué harán los niños entre tanto?” (c. 99, 203). Y es que Luisa de Marillac, aunque tiene una mentalidad clara de lo que es la teología del Concilio de Trento sobre la Eucaristía, da la impresión de que, a veces, considera la Misa como una devoción privada, aunque la más importante. También hoy hay peligro de considerar la “Misa” como una devoción más. Falta formación religiosa para ir a Misa como al acto más sublime de la humanidad y participar en el sacrificio de Cristo, redimiendo al mundo. Y puesto que una joya no pierde valor porque haya personas que no saben apreciarla, acudamos nosotros a la Eucaristía para que nos libere de esta pandemia.
Participar en la Eucaristía los domingos es el punto primero del mandamiento de santificar las fiestas que no puede ser sustituido con otra práctica o con una Misa en otros días de la semana o transmitida por televisión o radio, si no se está impedido de asistir en presencia, porque el domingo es el memorial de la Pascua y los fieles se sienten comunidad, Pueblo de Dios e Iglesia, unidos por el Espíritu de Cristo muerto y resucitado. Aquí aparece la grandeza de Dios, que da a los hombres seis días de la semana y solo se reserva uno para él. Pero participar en la Eucaristía no consiste en asistir o presenciar. Participar es comulgar, comer la carne de Cristo para tener vida eterna y resucitar en el último día, y, sin dudarlo, también en esta epidemia.
P. Benito Martínez, C.M.
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