Congregación de la Misión y el coronavirus

por | Jun 8, 2020 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 Comentarios

Estos días los medios de comunicación nos atiborran de noticias sobre el coro­navirus. Y pienso que es un aguijón a la Congregación de la Misión, para que dé una respuesta a esta epidemia, como la están dando muchas instituciones y muchos seglares, aún ateos. Ignorar la velocidad con que se propaga este virus supondría vivir con los ojos vendados. Hay que tenerlo en cuenta, pero no para tomar una postura pesi­mista de que los misioneros paúles no pueden hacer nada, que solo los gobiernos pue­den solucionarlo. Los misioneros paúles no podemos vivir de espaldas a esta pandemia, ya que fuimos fundados para evangelizar a los pobres que entonces eran los campesinos y hoy son los contagiados del coronavirus. Y no evangelizarlos ni ayudarlos es hacer una Congregación teórica, sin existencia apropiada para las necesidades de los pobres de cada momento ni significativa para las nuevas generaciones. Pero supuesta la obliga­ción de acatar el estado de alarma y las leyes que den los gobiernos del Estado y de las autonomías, ¿es posible que los misio­neros nos ofrezcamos a las autoridades civiles como voluntarios con el peligro de morir ayudando a esos pobres enfermos?

Se trata de seguir a Cristo y participar en su misión de asistir a los pobres, como nos decía san Vicente en una conferencia: “Si se pregunta a nuestro Señor ¿qué has venido a hacer en la tierra? Asistir a los pobres… ¿otra cosa? Asistir a los pobres” (XI, 34). El Espíritu que nos legó san Vicente qué dice que hagamos ahora en esta epidemia.

Esa pregunta se la ha hecho un sacerdote italiano y dio su respuesta. La prensa ita­liana ha difundido la historia del sacerdote Giuseppe Berardelli de 72 años, párroco de Casnigo, en Lombardía, una de las regiones más castigadas por la pandemia. Había dado positivo en la prueba de Covid-19 y cuando ingresó en el hospital, sus feligreses, que le veneraban, le compraron un respirador. Pero el sacerdote vio que otro paciente más joven, al cual no conocía, también lo necesitaba y se lo dio. Y la Conferencia Episcopal Española estima que unos setenta sacerdotes diocesanos y de la vida religiosa han fallecido desde el inicio de la pandemia del coronavirus vinculados al ejercicio del ministerio y que otros sacerdotes de edad avanzada han fallecido en residencias o casas religiosas.

Y es que no hay nada más duro para un anciano que, por ser de edad avanzada, morir en soledad en una residencia o en su casa, sin sentir la mano caliente de un familiar, de un amigo y, para muchos cristianos, de un sacerdote. Nunca olvidaré a Miguel, un amigo de la infancia, al que cercano a la muerte fui a visitarle y, al verme, emocionado me cogió de la mano e hizo en el aire la señal de la cruz. Muchos se han visto afectados por el Covid-19 sin la posibilidad de poder ser atendidos, a pesar de que “los profesionales sanitarios se han visto desbordados y han vivido su toma de decisión como un drama personal sobre todo a finales de marzo y primeros días de abril, cuando en las UCI no había respiradores”.

Ante el coronavirus la Congregación de la Misión necesita nuevas energías, pues se ha producido una situación que estremece, y a la que tiene que hacer frente unida a la AIC, a la SSVP, a las Hijas de la Caridad y las demás ramas de la Familia Vicenciana. La Iglesia estaba en profunda crisis de identidad, hundida en escándalos y sin horizontes para las jóvenes generaciones, pero ha encontrado un líder mundial. El papa Francisco se ha convertido en el personaje más admirado del planeta. Con un puñado de gestos simbólicos, ha logrado una auténtica revolución religiosa que empieza a resonar más allá de la Iglesia.

Si queremos realizar la misión de ayudar a los enfermos tenemos que emplear las técnicas, las medicinas y las vacunas que se descubran, pero revestidos del Espíritu de Jesucristo, sentir como él, amar como él, compadecerse de los que sufren como él y, siguiendo el consejo que san Vicente dio al joven padre Durand, preguntarse, ¿qué haría ahora Jesucristo? Si no nos revestimos del espíritu de Cristo, no podremos tener el celo suficiente y la mortificación que exige acercarnos a esos enfermos con humildad, tolerando su amargura, con sencillez, tratándolos sin engaño, y con mansedumbre como los atendía Jesús, guiados por la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. De lo contrario corremos el riesgo de diluirnos y alejarnos del carisma que el Espíritu Santo nos ha dado. Hay que volver a lo que vivieron san Vicente de Paúl y los primeros misioneros: enraizarse en Jesucristo para afrontar con audacia esta epide­mia.

No sabemos cuándo ni cómo Dios nos liberará de esta pandemia. La esperanza está sólo en Dios y en escuchar al Espíritu de Jesucristo que se expresa a través de esta enfermedad. Hay que preguntarse qué podemos hacer. Y preguntar a la gente qué espera de nosotros, aunque exija respuestas duras. Y si no es­cuchamos la voz del Espíritu Santo y damos respuestas, la gente no nos creerá.

Es maravilloso recordar todo lo que hicieron san Vicente y los primeros misio­neros en las plaga de peste que sufrieron y admira el sacrificio del P. Lamberto aux Couteaux que muere por atender a los apestados en Polonia, como le admiró la Reina de Polonia, Luisa María de Gonzaga. Y es una traición a nuestro espíritu no preguntarse qué nos pide el Espíritu de Jesús en esta plaga. Dios ha fundado la Congregación de la Misión, sa­biendo que muchos misioneros se quemarían en la labor, pero “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no será fecundo”. El Papa Francisco nos envía a man­char los pies con el barro “de las periferias del mundo”. La periferia hoy día se encuen­tra donde están los contagiados de coronavirus.

P. Benito Martínez, C.M.

Etiquetas: coronavirus

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