La homilía de a continuación corresponde a la reciente eucaristía en la que uno de nuestros seminaristas vicencianos, Eric Sánchez, pronunció sus votos en la Congregación de la Misión. Utiliza el relato de la conversión de San Pablo (Hechos 9,1-22) como contexto para la ocasión.

En el episodio del camino de Damasco con San Pablo, y en el evento de hoy, aquí en Filadelfia con Eric Sánchez, nos encontramos con dos personas que se ponen en camino, ambos con Dios en el pensamiento. De los dos, Pablo puede reclamar la antigüedad, así que mirémoslo primero para ver algunas posibilidades de «lo que puede suceder en un viaje».

Un cuadro mira a la realidad de la dirección. Alguien está parado en una encrucijada, en un lugar de múltiples avenidas convergentes que luego se extienden.  ¿Cuál tomar?

Pablo ya había ido en una dirección, persiguiendo a esos cristianos, creyendo que era el camino que Yahvé le había trazado. Pero su Dios tenía otro camino en mente, el que sigue a la persona que se acerca a Pablo de una manera tan sorprendente hoy en día, el Señor Jesús. A Pablo le costó cambiar esa dirección, ciertamente su camino anterior. Por la forma cegadora en que llegó, le costó su equilibrio y ecuanimidad, sin mencionar la previsibilidad que viene con una vida que es mayormente auto-dirigida.  Pero también, lo llenó de una nueva energía y propósito.

Y luego está Eric Sánchez, llegando a una encrucijada en su vida y teniendo que decidir qué camino tomar, ¿este camino vicenciano o algún otro? Hoy celebramos la dirección que está tomando, el camino que san Vicente de Paúl y tantos de sus seguidores han recorrido a través de los siglos. Y, como en el caso de Pablo, la partida de Eric tiene un costo, dejando atrás no sólo otras direcciones prometedoras y posibles, sino que asumiendo ahora públicamente los desafíos de evangelizar a los pobres de Dios y siguiendo la rica y exigente tradición que conocemos como el camino Vicenciano. Sin embargo, como con Pablo, este comienzo también está lleno de energía, energía para proclamar la Buena Nueva a los pobres. Vemos a Eric pasando por esas encricujadas y entrando en un camino de gracia.

Volvamos a Pablo. Mientras lo seguimos a través del drama de su conversión, notamos en él una cierta cualidad de confianza, una apertura fundamental. Estaba encerrado en su cruzada contra los cristianos, pero cuando esa luz divina se abre paso y esa voz habla, se entrega a lo que —mejor, a Quien— está delante de él. Se deja dirigir.

¿Y no es esa la postura de cualquiera que haga un voto? Hoy Eric está diciendo, «Me presento ante ti, Señor, no sólo eligiendo dar un paso en Tu dirección, sino también para estar abierto a Tu futuro, listo para moverme y actuar de la manera que Tú me presentarás». Aquí tenemos una apertura confiada a la imprevisibilidad del futuro de Dios, una bienvenida dada al Misterio y la atracción del Reino de Dios que siempre está llegando.

Por último, notamos en San Pablo esa sensación de estar acompañado, la reconfortante conciencia de que no está ahí fuera en el nuevo camino por sí mismo, sino que el Señor Jesús está caminando con él, y, muy pronto, los seguidores de Jesús también. Y eso es lo que deseamos para Eric también y por lo que rezamos. Contrariamente a emprender un viaje solitario, el suyo será un viaje acompañado, ciertamente por su familia y seres queridos, ciertamente por sus compañeros vicencianos a través de los años, pero sobre todo por el Señor Jesús, a medida que se acerca cada vez más en la vida de su Espíritu.

Así, dos viajeros, a los que se les ha dado una dirección y energía, ambos flexibles y abiertos a nuevas direcciones, y ambos confiando en la presencia sustentadora y amorosa de nuestro Señor, Jesucristo, y de todos nosotros a lo largo del camino también.

Damos nuestra acogida y nuestros corazones a Eric, ya que se compromete a emprender toda una vida en este viaje santo, alimentado por el Evangelio y vicenciano.