¡Ha resucitado Jesucristo, Hijo de Dios vivo e Hijo de María! A él lo debemos recordar y también proclamar como nuestra Buena Nueva (2 Tim 2, 8).
Los cristianos amamos a Jesucristo sin haberlo visto. Y sin contemplarlo todavía, creemos en él (1 Pd 1, 8). Es por eso que nos alegramos inefable y gloriosamente. Es que el Espíritu Santo nos lo hace recordar incluso, o especialmente, cuando nos sentimos decepcionados o perdidos. Lo hace volver a pasar por nuestro corazón, para que captemos palpablemente su presencia.
Por el Espíritu, nos pasa a nosotros lo mismo que a los discípulos que iban a Emaús. Lo que a los desesperanzados y desorientados que, sin embargo, no pudieron sino recordar a Jesús, acreditado por Dios con poderosas obras y palabras. Sí, él se acerca a nosotros, aunque no lo reconozcamos quizás por nuestras emociones.
Pero recordar y reconocer nosotros a Jesús o no, camina él con nosotros. La razón es que se interesa por nosotros y por nuestros asuntos. Por nuestros gozos y tristezas, por nuestras esperanzas y desesperanzas. Y nos quita la ceguera, y la necedad y la torpeza para creer. Es decir, sana nuestra mente cerrada o estrecha, nuestro corazón duro o frío, y nuestros ojos nublados o confusos.
Sí, Cristo resucitado nos explica las Escrituras y nos cambia las ideas que tenemos de él y de Dios. A la vez nos hace arder y latir apasionadamente los corazones y así terminamos diciéndole: «Quédate con nosotros …». O abrazándole los pies (Mt 28, 9).
Luego, nos abre los ojos en la fracción del pan. Su forma de bendecir y partir el pan nos hace recordar. Pues se nos remite a la Cena en la noche en que iba a ser entregado.
Y él se desaparece. Pero nos deja con los ojos abiertos para reconocerlo en otras apariciones esperadas e inesperadas. En la Palabra y los Sacramentos, en la acogida y la solidaridad.
Señor Jesús, haz que nos pase realmente a los peregrinos lo mismo que a los caminantes a Emaús. Por ello, se volvieron en seguida a Jerusalén con corazón ardiente. Enséñanos a llegar al fondo de la Buena Nueva y de la realidad. Que prendamos fuego en los corazones de los que caminan con nosotros. Y ayúdanos a recordar que vivimos en ti por tu muerte y que hemos de morir en ti por tu vida (SV.ES I:320). Así te pondremos en el centro, que nadie debe estar más en medio de nosotros que tú.
26 Abril 2020
3º Domingo de Pascua (A)
Hch 2, 14. 22-33; 1 Pd 1, 17-21; Lc 24, 13-35
El sufrimiento de unos puede ser provocados por la ambición de otros.
No cabe duda que sí. ¿No así le pasó a nuestro Señor Jesucristo? Gracias.