“La paz esté con ustedes”
Hech 2, 42-47; Sal 117; 1 Pe 1, 3-9; Jn 20, 19-31.
Jesús resucitado saluda a sus discípulos deseándoles la paz, que mucho necesitaban después de los recientes acontecimientos que lo habían llevado a morir en la cruz y los mantenían encerrados, con miedo, turbados en el corazón. Les infunde nueva vida soplando sobre ellos, dándoles el Espíritu Santo y enviándolos a perdonar pecados, como una manera de sanar y liberar.
Ese mismo Espíritu es el que nos hace capaces de amar, y sólo quien ama perdona siempre, “hasta setenta veces siete”. Del mismo modo, si no perdono, no amo; y si no amo es porque he rechazado la acción del Espíritu recibido en mi bautismo que me capacita para amar y perdonar. En consecuencia, la paz que Jesús me ofrece es también rechazada.
Todos necesitamos perdonar y ser perdonados. Jesús está presente en medio de nosotros y nos da su paz. ¿La aceptamos? ¿Somos constructores de paz, perdonando y amando? Cuando no amo y no perdono, ¿Qué sucede en mí? ¿Qué provoco a mi alrededor?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Sor María del Pilar Méndez Gallegos H.C.
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