Ante la rápida expansión del virus COVID-19, los gobiernos han tomado medidas preventivas para evitar su propagación. La Iglesia Católica, por su parte, también ha acogido tales medidas y emitido decretos, en los cuales se manifiesta expresamente la suspensión temporal de las celebraciones de los sacramentos —especialmente la Eucaristía— con presencia de fieles. Esta situación afecta a muchos creyentes que, deseosos de participar presencialmente de la vida sacramental, no pueden hacerlo. Pese a las circunstancias, han surgido múltiples iniciativas por parte de algunos líderes de la Iglesia, quienes, a través de los medios de comunicación, acompañan a los fieles, convocan a espacios de oración, envían mensajes de esperanza y transmiten la celebración de la Eucaristía. Sin embargo, esto puede quedarse solamente en la pasividad que puede causar el mirar a través de una pantalla, particularmente con la celebración de la Eucaristía. En palabras de Rafael Luciani: «tal vez sea la hora de ayunar del Pan y aprender a comulgar con la Palabra», porque «pareciera que olvidamos que la Eucaristía es la Cena del Señor y no la misa, y que el seguimiento de Jesús no puede quedar reducido al espacio del culto. Las misas se ven y se oyen, pero la Cena del Señor, es decir, la Eucaristía, se celebra y vive cuando nos congregamos en asamblea» (LUCIANI, Rafael. Recuperado de: https://www.religiondigital.org/opinion/Rafael-Luciani-Pan-aprender-Palabra-Iglesia-religion-coronavirus-misas_0_2215878417.html).
Considero que el momento que estamos viviendo debe llevarnos a un encuentro más profundo e íntimo con Dios, que permita encontrar a un Dios cercano, un Dios que acompaña la vida y se hace presente en medio de las adversidades. También las circunstancias nos llevan a preguntarnos sobre nuestra fe, a afianzarla y vivirla desde lo fundamental: la plena confianza en Dios, que no está ausente, sino que ama y acoge a la familia que ora y sufre en el confinamiento. En palabras del papa Francisco, es momento de vivir «una fe que no solo consiste en creer que Dios existe, sino en ir hacia el Señor y confiar en Él, que nos da serenidad en nuestras tormentas».
En ese ir al Señor nos acompaña su Palabra, presente en las Sagradas Escrituras, que bien puede acompañar la vida en estas circunstancias en las que se necesita sentir que Dios no está ausente. Dios habla a través de su Palabra, trata de entablar un diálogo con el ser humano. Y será reconfortante, para una familia angustiada por la incertidumbre, orar y reflexionar un pasaje de la Sagrada Escritura y, a partir de ella, entablar un diálogo que permita sanar las relaciones, repensar la manera de vivir en el hogar o encontrar la cura para las enfermedades que se estaban experimentado por la falta de comunicación y de tiempo para estar juntos y sentirse unidos.
Redescubrir la capacidad de orar como expresión de la adultez de la fe es otra oportunidad que se puede aprovechar, y así, a través de la oración confiada, que sale de lo más profundo del corazón, encontrar silencios reparadores y esperanzadores en los que se encuentre la fortaleza para perseverar.
Para Reflexionar:
Sugiero que se lea el salmo 80 (Pastor de Israel, Escucha), y a través de una lectura pausada, orante y de fe, le presentemos a Dios las angustias y la realidad en que vivimos. El Pueblo de Israel lo vivió cuando, exiliado en Babilonia, lejos del Templo, se reunía para orar a Dios por medio de plegarias y no de sacrificios.
Se puede ambientar la oración con este canto:
Autor: Óscar Betancourt (3º de etapa configuradora – Misioneros Paúles de Colombia)
Fuente: https://www.corazondepaul.org/
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