“Miren que todo el mundo lo sigue”
Is 50, 4-7; Sal 21; Flp 2, 6-11; Mt 26, 14-27, 66.
Jesús sabe que su hora se acerca, que los jefes lo buscan para darle muerte, porque su vida desestabiliza un sistema religioso caduco.
Jesús no se esconde, ni huye a refugiarse en la cotidianidad de Galilea.
En cambio, visita a sus amigos de Betania: Martha, María y Lázaro, a modo de despedida, antes de entrar a la gran Jerusalén. No pasa desapercibido, mucha gente acude a verlo a Él y a Lázaro, a quien Jesús había vuelto a la vida. La gente, contagiada por la euforia de quienes se maravillaban por semejante milagro, camina con Él hacia Jerusalén alabando a Dios, dando muestras de regocijo, gritando ¡Hosanna! y contando lo que habían visto.
¿Dónde estuvieron todos ellos a la hora de su crucifixión?
El miedo puede también paralizarnos a nosotros y hacernos callar lo que antes gritábamos con fuerza y convicción.
¿Qué me impide proclamar abiertamente que Jesús es mi Señor? ¿Qué voy a hacer para acompañarlo en su pasión: hambriento, sediento, maltratado, encarcelado, desnudo, sólo…?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Sor María del Pilar Méndez Gallegos H.C.
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