“Serán mis discípulos si guardan mi palabra“
Dn 3, 14-20. 49-50. 91-92; Dn 3; Jn 8, 31-4
Un verdadero discípulo está fascinado con las enseñanzas de su maestro, no puede dejar de pensar en sus palabras, las atesora en su corazón, recurre a ellas frecuentemente, las escucha con avidez y encuentra en ellas sabiduría, certeza, luz en su caminar, cual faro que lleva a un puerto seguro, que conduce al calor del anhelado hogar.
Un falso discípulo acude a su maestro con su corporalidad, mas no con el corazón; lo oye sin escuchar, lo ve sin mirar, lo sigue por compromiso… su corazón y su mente divagan ausentes, lejos de las enseñanzas del maestro.
Cuando se trata de un verdadero discípulo de Jesús, llega a conocerlo a Él –la Verdad–, se descubre a sí mismo viviendo en Jesús, quien le hace partícipe de su libertad y lo hace verdaderamente libre, capaz de ser hijo en el Hijo, y hermano de sus hermanos. Con Jesús soy libre, sin Jesús, esclavo.
“Quien pertenece a la Verdad, jamás será esclavo de algún poder, sino que siempre sabrá servir libremente a los hermanos” (Benedicto XVI).
¿Soy verdadero discípulo? ¿Es Jesús la Palabra verdadera que conduce mi vida?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Sor María del Pilar Méndez Gallegos H.C.
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