Dt 26, 16-19; Sal 118; Mt 5, 43-48.
La perfección de Jesús es el amor de Dios que se desborda
El pueblo de Israel era, sin duda, un pueblo amado por Dios y ellos nos han heredado la tradición que anuncia la plenitud de Jesús. Pero como todo pueblo que evita evaluar su conducta por sentirse contento de sí mismo, está expuesto a legitimar prácticas que se pueden convertir en actos deshumanizantes. Un pueblo egoísta sólo vive para el bien de sí mismo, mira desconfiado las culturas que crecen en su entorno de modo que pueden llegar a verse como verdaderos enemigos.
Si bien para la tradición de Israel el prójimo siempre fue considerado con misericordia, el enemigo debía ser azotado por Dios. Jesús intenta ir un paso más allá, para él todo es don divino, de modo que cada uno ha de florecer ahí donde ha sido puesto por el amor de Dios, esa es la aspiración más grande de la perfección.
En la actualidad muchas veces pensamos que quienes entran en conflicto con nosotros merecen todo el castigo de Dios, es en estas situaciones donde conviene volver a leer este evangelio para descubrir que el cristianismo es un ofrecimiento de solidaridad, para construir caminos y no para seguir legitimando la violencia, tan extendida en nuestros tiempos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Diác. Félix Armando González M. C.M.
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