“El ayuno que yo quiero es…”
Is 58, 1-9; Sal 50; Mt 9,14-15.
La primera lectura de hoy contiene una fuerte denuncia del formalismo religioso, que no compromete a la persona a pesar de sus muchas prácticas religiosas, las cuales terminan estando huecas de compromiso. Es decir ¿de qué me sirven esas prácticas que no llevan al compromiso con el hermano que tiende su mano para clamar justicia, o para pedir que comparta con él? Porque el ayuno sin amor efectivo vale poco.
El ayuno, más que la privación de alimento es el deseo profundo de compartir aquello que se es y se tiene. Es también el ayuno de vicios y de pecados. San Agustín decía: Para ayunar de veras, hay que abstenerse, antes que nada, de todo pecado.
¿Cuáles son los vicios de los que hay que ayunar? Tenemos como tentación el vicio del consumismo, que es una bofetada a tantos hermanos que pasan necesidad. El vicio del alcohol, que tanto daño hace a la persona y las familias. El vicio de los medios de comunicación y las redes sociales que tantos beneficios pueden acarrearnos, pero también tantos males están causando a las personas.
Un buen examen y revisión de vida nos vendría bien para darle valor a esta práctica del ayuno.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
P. Benjamín Romo cm
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