Desde la celebración del día de Martin Luther King, he escuchado uno de sus conocidos dichos varias veces y en diferentes contextos: «Al final, no recordaremos las palabras de nuestros enemigos, sino el silencio de nuestros amigos». Esta declaración siempre me hace pensar. Escucho y creo su verdad. Creo que se dirige no tanto a mi experiencia de falta de apoyo de mis amigos, como a mi silencio en medio de situaciones opresivas como las que experimentan otros.
A menudo he dado charlas sobre la importancia del silencio y la necesidad de escuchar. Conozco el valor de estas actitudes en la oración y en la conversación fructífera. Del silencio pueden surgir nuevas ideas y percepciones. De la voluntad de escuchar se deriva el aprendizaje y las mejores decisiones. No hay que discutir el tesoro que surge de estar en silencio y en paz. Los Salmos y las Escrituras afirman constantemente esta posición.
A veces, sin embargo, el silencio es el aliado de la opresión. Estoy seguro de que ese es el punto de vista de Luther King en su declaración. A veces, mi falta de voluntad para levantarme y argumentar un asunto fluye de mi miedo a una pelea o a alterar una situación. El deseo de «mantener la paz» puede dar permiso para la violencia y la injusticia en algunos contextos.
Hablar de un profeta silencioso es una contradicción de términos. La retórica ardiente y las posiciones impopulares de Isaías, por ejemplo, hicieron que fuera rechazado y perseguido. Sin embargo, eso no le impidió hablar. Varias veces, los oponentes intentan reducir a Jesús al silencio. No tienen éxito. Incluso predica desde la cruz. Vicente no se callará cuando hable en nombre de los que sufren la guerra, que soportan la crueldad de las prisiones y galeras, y que son abandonados en las calles. Él defiende su causa en todas partes.
En la familia vicentina, un pasaje central del Evangelio de Lucas reúne estas figuras: Isaías, Jesús y Vicente de Paúl:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido para llevar la buena nueva a los pobres.
Me ha enviado a proclamar la libertad a los cautivos
y la recuperación de la vista de los ciegos,
para dejar a los oprimidos en libertad,
y anunciar el año de gracia para el Señor» (Lc 4,18-19)
¿Han notado cuánto de este pasaje implica hablar: «para llevar buenas noticias», «para proclamar la libertad», «para anunciar el año de gracia del Señor»?
La llamada dentro de la Familia Vicentina nos mueve al servicio directo de los pobres con manos y pies. También nos invita a escuchar, aprender y reflexionar. Sin embargo, finalmente, nos aleja de un silencio que permite que el maltrato continúe sin control. Nuestros hermanos y hermanas pobres pueden beneficiarse del poder de nuestras palabras y de la fuerza de nuestros actos. Deberíamos identificarnos con ambos.
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