“Veo hombres, los veo como árboles, pero caminando”
Sant 1, 19-27; Sal 14; Mc 8, 22-26.
Esther, una monja de clausura, nos comparte: Llevo varios días pensando qué es la fe, preguntándome: ¿es lo mismo la fe en el Dios de Jesús o la fe en cualquier otra religión?, ¿de qué hablamos cuando decimos «tengo fe en esta persona, en la ciencia o en cualquier otra cosa…»? Para mí creer, tener fe, es sencillamente vivir, responder a mi día a día desde este monasterio. Compartir con mis hermanas dificultades y alegrías, disfrutar un día de sol o de lluvia, soñar juntas, celebrar la Eucaristía, reír juntas, pasar una tarde junto a la chimenea, cantar un salmo, acoger a quienes se acercan a rezar con nosotras…, y, por la noche, recoger el día y ponerlo en manos de Dios.
La fe va de la mano de la confianza, es el “dejarse caer” sabiendo que alguien te recogerá, sabiendo, incluso, que si no te recoge nadie es lo mejor, aunque no se entienda. Como Jesús, que decidió entregar su vida y dársela al Padre, aceptando lo que sucediera a partir de entonces.
La palabra fe se pasea por nuestro vocabulario con cierta facilidad y no siempre somos conscientes de su profundidad. “Ten fe”, escuchamos o pronunciamos sin ahondar demasiado en ello. Pero… tener fe es amar hasta la exageración, mirar con la mirada de Dios.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
P. Benjamín Romo cm
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