Jesús, entregando su cuerpo y derramando su sangre por nosotros, da a conocer el amor de Dios (1 Jn 3, 16; Rom 5, 8). Así también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos y hermanas.
Benito no puede creer lo que le dice su hermana Escolástica (Oficio de Lectura). Pide ella que los hermanos pasen toda la noche hablando hasta mañana de asuntos espirituales. Replica él: «¿Qué es lo que dices, hermana? Yo no puedo en modo alguno quedarme fuera de la celda». Lo que demuestra que aun los más buenos entre nosotros se olvidan a veces de que «el amor está por encima de todas las reglas» (SV.ES XI:1125). Así acabamos dando servicio a la letra de la ley (2 Cor 3, 6). Y dejando que la letra nos mate, no nos hacemos hermanos ni hermanas unos para otros.
Pero quiere Jesús que nos amemos unos a otros como hermanos y hermanas. Después de todo, hemos de llamarle «Padre» al Dios a quien el Hijo da a conocer. Así que éste respeta la ley los profetas y les da plenitud. Han de arraigarse profundamente en nuestros corazones para que nuestra justicia supere la de los escribas y fariseos.
Por eso, no nos basta con no matar. Ni siquiera debemos enojarnos con nadie ni insultarle ni maldecirle. No respetar a nuestros hermanos y hermanas hace que resulte sin valor la ofrenda que ponemos sobre el altar. Y hemos de reconciliarnos con ellos antes de que sea demasiado tarde. Los hombres no podemos considerar a las mujeres como inferiores a nosotros. Pues, al igual que nosotros, son ellas imágenes de Dios. Las mujeres no son cosas o posesiones que podemos desechar a nuestro capricho. Y los hermanos y hermanas hemos de fiarnos unos de otros. Lamentablemente, la deshonestidad y las mentiras socavan la confianza. Por eso, tenemos que hablar, —digamos o sí o no—, con sencillez y claridad. Y de forma que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el pensamiento concibió.
Señor Jesús, tú nos enseñas que la ley y los profetas se resumen en el amor a Dios y a nuestros hermanos y hermanas. Que nada nos impida amar radical y profundamente según tu voluntad. Haz que aprendamos a «dejar a Dios por Dios» (SV.ES IX:297; véase también Mons. Andrew E. Bellisario, C.M.).
16 Febrero 2020
6º Domingo de T.O. (A)
Eclo 15, 15-20; 1 Cor 2, 6-10; Mt 5, 17-37
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