“Si quieres…”
1 Sam 4, 1-11; Sal 43; Mc 1, 40-45.
La semana pasada escuchamos este mismo pasaje, pero narrado por San Lucas.
En torno a la Navidad nos asombraba el gran misterio de la Encarnación: la omnipotencia y el amor infinito de Dios contenidos en la debilidad y fragilidad de la carne tierna de ese niño en brazos de María.
Hoy descubrimos una expresión de esa “debilidad”: Jesús es tocado particularmente por la indigencia, la vulnerabilidad de los pobres y los enfermos, por la precariedad de su vida dura y difícil. Esta “debilidad” es una puerta que se abre para dar acceso a la misericordia que Dios muestra a sus hijos. Puerta que quedará definitivamente abierta por la lanza que rasgó el corazón de Jesús en la cruz. El leproso de hoy toca a esa puerta (“Si quieres…”), y la puerta se abre (“Claro que quiero…”).
No dudes nunca de la misericordia de Dios.
No renuncies a tocar esa puerta que, al abrirse, te inunda de perdón, de ternura, de gozo y de amor.
Y no cierres nunca tu propio corazón. Que la lanza del amor también lo rasgue. Que también sea una puerta abierta por la que tus hermanos puedan acceder al amor infinito de Dios.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
P. Silviano Calderón cm
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