Por la condición de vicentinos activos en nuestras Conferencias y Consejos, conocemos, como nadie, la realidad social de las personas humildes que viven en los hogares que visitamos. Conocemos sus sufrimientos, sus angustias, sus necesidades económicas, sus virtudes y defectos. Estamos «dentro de la casa del pobre» y nuestra caridad es efectivamente verdadera, no confundiéndose nunca con mera filantropía.

La realidad de muchos de nuestros asistidos es dramática, pues bastantes se encuentran desempleados, no tienen acceso a una educación de calidad y padecen las largas colas de espera en los centros de salud, además de ser vulnerables a la violencia urbana y a los desmanes gubernamentales que se agravan en los barrios periféricos.

¡Oh, dura realidad, que entristece el corazón del vicentino! Esta situación hace correr lágrimas en los rostros de los consocios, pues a veces nos vemos impotentes ante tantas dificultades, especialmente las materiales. Además, en muchos casos, hay una ausencia total de ambiente religioso en el seno de las familias, lo que renueva el desafío por la evangelización.

Sin embargo, no podemos perder la esperanza de que la situación mejorará, tanto para las familias como para la sociedad civil en general. La esperanza es una de las virtudes teologales más importantes, pues suaviza los corazones de los fieles que creen en Dios Padre y en Jesús, nuestro salvador. Esa esperanza, inmaculada y divina, es la clave de nuestra alegría, pues sin esperanza no hay ánimo ni fuerza para vivir. Ser positivo y optimista, en un mundo egoísta y consumista hasta el exceso, puede marcar la diferencia en el momento de la visita domiciliaria.

Nosotros, vicentinos, tenemos que ser «heraldos de la esperanza», estimulando siempre mejoras y sugiriendo a los asistidos que «miren hacia adelante», buscando formas alternativas de vencer las dificultades, los sufrimientos y las incomodidades provocados por la desigual sociedad en las que vivimos, una sociedad injusta en la que unos pocos tienen mucho y muchos tienen muy poco.

Un pasaje bíblico que es bastante claro sobre la definición (y la aplicación práctica) del concepto de esperanza en el día a día del creyente, actitud que debemos practicar junto a los asistentes, es el siguiente de san Pablo: «Hacemos alarde de esperar la misma Gloria de Dios. Incluso no nos acobardamos en las tribulaciones, sabiendo que la prueba ejercita la paciencia, que la paciencia nos hace madurar y que la madurez aviva la esperanza, la cual no quedará frustrada, pues ya se nos ha dado el Espíritu Santo, y por él el amor de Dios se va derramando en nuestros corazones» (Rom 5, 2-5.).

Este mensaje, «la prueba ejercita la paciencia, y esta aviva la esperanza», ha de ser predicado por los vicentinos durante las visitas, para que las familias no pierdan la esperanza de que con Dios podemos todo, y que para él nada es imposible si tenemos fe, caridad y esperanza. ¡No nos desanimemos con la realidad! ¡Con esperanza, venceremos!

Renato Lima de Oliveira
16º Presidente General de la Sociedad de San Vicente de Paúl

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