El lema internacional que la Sociedad de San Vicente de Paúl adoptó en 2013 («Amor, Caridad y Justicia») tenía como propósito festejar los 200 años del nacimiento del cofundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl, el bienaventurado Antonio Federico Ozanam, y los 180 años de fundación de la Sociedad de San Vicente de Paúl. En esta crónica, abordaremos el «Mandamiento del Amor», que, en verdad, es el principio de todo.

Tal vez por la banalidad (y hasta vulgaridad) con que se trata el tema en los medios de comunicación, mucha gente considera que la expresión «amor» se reduce a las relaciones personales, confundiendo el noble concepto con el cariño, el aprecio o incluso el sexo. Pero aquí hablamos de «otro amor», el amor de Dios hacia sus hijos, un amor incondicional, perfecto, inmenso, inquebrantable.

El «Mandamiento del Amor» predicado por Jesucristo tiene dos dimensiones: la vertical, cuando amamos a Dios; y la horizontal, cuando amamos al prójimo. «Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos»[1], nos enseñó el Hijo de Dios.

Jesucristo, nuestro salvador, hizo del Amor el centro de la vida. Sabía muy bien que el ser humano solo se realiza y es feliz por medio del amor. Por esta razón hizo del amor su primer y mayor mandamiento: amar a Dios con todo el corazón, el alma y el entendimiento; y el segundo, semejante a este, amar al prójimo como a sí mismo. Estos dos mandamientos son, por lo tanto, la base de la vida cristiana y vicentina.

En el Evangelio de Juan encontramos lo que significa la palabra «amor» para la Providencia Divina: «¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él»[2].

En la Primera Carta de Juan encontramos el origen del amor: «Debemos amarnos unos a otros, pues éste es el mensaje que ustedes han oído desde el comienzo»[3]. Más adelante, san Juan insiste: «Queridos míos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor»[4].

El Catecismo de la Iglesia es muy rico al abordar el tema. Recomendamos la lectura integral de los ítems 2443 al 2449, en la tercera parte del documento, capítulo 2. En esta sección encontramos la promesa de Dios de bendecir a los que ayudan a los pobres y de reprobar a los que se niegan a hacerlo: «“A quien te pide da, al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda”[5]. “Gratis lo recibisteis, dadlo gratis”[6]. Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres[7]. La buena nueva “anunciada a los pobres”[8] es el signo de la presencia de Cristo», dice el magisterio.

Para concretar la petición de Dios de servir a los pobres, el catecismo también explicita que las obras de misericordia son las acciones caritativas por las que ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales: «Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos[9]».

No solo los Evangelios o el Catecismo de Iglesia están repletos del amor divino, también lo encontramos en la vida y la obra de san Vicente de Paúl, santa Luisa de Marillac, Ozanam y de los demás siervos de Dios, venerables, bienaventurados y santos oriundos de la Familia Vicenciana.

Nosotros, los consocios, necesitamos saborear de ese manantial inagotable de virtudes, ejemplos de santidad y de temor a Dios, y lo hacemos estudiando la vida de esos iluminados, buscando aprehender y vivenciar sus cualidades más preponderantes, ante los pobres a los que asistimos.

Ozanam y san Vicente, por ejemplo, concretaron el cumplimiento del «Mandamiento del Amor» mediante acciones efectivas para aliviar el sufrimiento de los pobres. Lo hicieron en el día a día, en la vida real y cotidiana, al igual que nosotros, en el siglo XXI, podemos y debemos hacerlo también. El mayor desafío de los miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl, hoy en día, es vivir el carisma de la caridad entre los que sufren y, al mismo tiempo, fortalecer la espiritualidad vicentina en los ambientes «mundanos» en que los que estamos insertos.

Esta respuesta afectiva y efectiva a la llamada de Dios por la mística de los pobres es la principal misión del vicentino. Debemos estar alineados con esa directriz; si no, perderemos nuestra identidad. A veces descubrimos algunos consocios más pendientes de otros carismas (meritorios, sin duda). Sin embargo, tales caminos lentamente provocan una visión distorsionada de la motivación que hizo ver la luz a la Sociedad de San Vicente de Paúl: el amor a los pobres, la visita domiciliaria y la fuerte espiritualidad centrada en Vicente y su herencia ejemplar.

No es fácil ser cristiano hoy en día. Nuestros conocidos y compañeros de trabajo, en la comunidad o en la escuela, nos observan y frecuentemente nos preguntan sobre la efectividad de nuestras acciones. Este cuestionamiento también les fue hecho, guardada la debida distancia, a san Vicente y Ozanam por la sociedad de sus épocas, y ambos supieron responder con amor y gestos concretos, sin desistir o debilitarse. Debemos ser sabios y santos para corresponder al amor de Dios para con nosotros, y al mismo tiempo servir a los pobres con una donación integral.

Notas:

[1]     Jn 15, 12-13.

[2]     Jn 3, 13-17.

[3]     1 Jn 3, 11.

[4]     1 Jn 4, 7-8.

[5]     Mt 5, 42.

[6]     Mt 10, 8.

[7]     Cf. Mt 25, 31-36.

[8]     Mt 11, 5; Lc 4, 18.

[9]     Cf. Mt 25,31-46.

Renato Lima de Oliveira
16º Presidente General de la Sociedad de San Vicente de Paúl

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